Es intolerable que durante los gobiernos de Fox y de Calderón se hayan otorgado concesiones y contratos corruptos a un puñado de empresarios del sector petrolero para enriquecimiento de propietarios y parientes políticos presidenciales.

Más escandaloso es que Enrique Peña Nieto se haya encaramado a la Presidencia con recursos tan ilegales como la superación –en mil 300 por ciento– de los topes de gastos de campaña permitidos y que las instituciones electorales del país hayan decidido mirar hacia otro lado y declarar que el proceso de 2012 fue más o menos impoluto.

Y es materia de indignación, también, que el gobierno del Distrito Federal haya gastado casi 27 mil millones de pesos en una obra pública que, básicamente, no sirve, como vino a enterarse la ciudadanía capitalina a poco más de un año de que la línea 12 del metro fuera inaugurada.

En 1982 –hace 32 años– el régimen político ya manifestaba abiertos propósitos de redención ante las prácticas corruptas que lo caracterizaban: López Portillo aseguraba, en uno de sus informes, que las había combatido hasta el escándalo, y su sucesor designado, Miguel de la Madrid, entró a Los Pinos con la promesa de una renovación moral que jamás llegó a traducirse en acciones concretas significativas.

De entonces a la fecha, Carlos Salinas de Gortari se embolsó la mitad de la partida secreta asignada a la Presidencia –en eso coincidieron el propio De la Madrid, su colaborador Luis Téllez y su hermano Raúl, en una conversación telefónica filtrada a los medios–. Zedillo organizó el robo a la nación de 56 mil millones de dólares, vía el rescate bancario, y tras terminar su periodo se fue a trabajar para alguna de las corporaciones estadunidenses a las que había beneficiado con privatizaciones a precios de remate. Fox permitió toda suerte de moches para sí (acuérdense del Jeep rojo), para su esposa (inventora de una cosa llamada Vamos México, a la que el ingenio popular rebautizó Robamos México) y para los hijos de ésta. Calderón, siendo secretario de Energía, traficó contratos petroleros a favor de su extinto amigo Juan Camilo Mouriño, quien, no satisfecho con eso, se los otorgó a sí mismo desde una subsecretaría del sector.

Todas estas historias de corrupción e impunidad que nos han tocado vivir y padecer a los mexicanos, van creando las condiciones necesarias, como fuente de inspiración, para que un día nos organicemos y salgamos al rescate de los valores más elementales de la sociedad, la honradez pisoteada por las bandas de delincuentes que llegan al poder en la presidencia del país, en los gobiernos de los estados y en los municipios.