Antonio Machado:

“Yo escucho los cantos/ de viejas cadencias,/ que los niños cantan/ cuando en coro juegan/ y vierten en coro/ sus almas que sueñan,/ cual vierten sus aguas/ las fuentes de piedra:/ con monotonías/ de risas eternas,/ que no son alegres,/ con lágrimas viejas,/ que no son amargas/ y dicen tristezas,/ tristezas de amores/ de antiguas leyendas.

“En los labios niños,/ las canciones llevan/ confusa la historia/ y clara la pena;/ como clara el agua/ lleva su conseja/ de viejos amores,/ que nunca se cuentan.”

Miguel Hernández:

“Carne de yugo, ha nacido/ más humillado que bello,/ con el cuello perseguido/ por el yugo para el cuello.

“Nace, como la herramienta,/ a los golpes destinado,/ de una tierra descontenta/ y un insatisfecho arado.

“Entre estiércol puro y vivo/ de vacas, trae a la vida/ un alma color de olivo/ vieja ya y encallecida.

“Empieza a vivir, y empieza/ a morir de punta a punta/ levantando la corteza/ de su madre con la yunta.

“Empieza a sentir, y siente/ la vida como una guerra/ y a dar fatigosamente/ en los huesos de la tierra.

“Contar sus años no sabe,/ y ya sabe que el sudor/ es una corona grave/ de sal para el labrador.

“Trabaja, y mientras trabaja/ masculinamente serio,/ se unge de lluvia y se alhaja/ de carne de cementerio.

“A fuerza de golpes, fuerte,/ y a fuerza de sol, bruñido,/ con una ambición de muerte/ despedaza un pan reñido.

“Cada nuevo día es/ más raíz, menos criatura,/ que escucha bajo sus pies/ la voz de la sepultura.

“Y como raíz se hunde/ en la tierra lentamente/ para que la tierra inunde/ de paz y panes su frente.

“Me duele este niño hambriento/ como una grandiosa espina,/ y su vivir ceniciento

resuelve mi alma de encina.

“Lo veo arar los rastrojos,/ y devorar un mendrugo,/ y declarar con los ojos/ que por qué es carne de yugo.

“Me da su arado en el pecho,/ y su vida en la garganta,/ y sufro viendo el barbecho/ tan grande bajo su planta.

“¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena?/ ¿De dónde saldrá el martillo/ verdugo de esta cadena?

“Que salga del corazón/ de los hombres jornaleros,/ que antes de ser hombres son/ y han sido niños yunteros.”

Pablo Neruda:

“El pie del niño aún no sabe que es pie,/ y quiere ser mariposa o manzana.

“Pero luego los vidrios y las piedras,/ las calles, las escaleras,/ y los caminos de la tierra dura/ van enseñando al pie que no puede volar,/ que no puede ser fruto redondo en una rama.

«El pie del niño entonces/ fue derrotado, cayó/ en la batalla,/ fue prisionero,/ condenado a vivir en un zapato.”

Gabriela Mistral:

“A la cara de mi hijo/ que duerme, bajan/ arenas de las dunas,/ flor de la caña/ y la espuma que vuela/ de la cascada…

“Y es sueño nada más/ cuanto le baja;/ sueño cae a su boca,/ sueño a su espalda,/ y me roban su cuerpo/ junto con su alma.

“Y así lo van cubriendo/ con tanta maña,/ que en la noche no tengo/ hijo ni nada,/ madre ciega de sombra,/ madre robada.

“Hasta que el sol bendito/ al fin lo baña:/ me lo devuelve en linda/ fruta mondada/ ¡y me lo pone entero/ sobre la falda!”

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