Hace unas semanas le pregunté a un colega qué pensaba hacer por las vacaciones de Semana Santa, que se avecinaban en ese entonces.

—Me voy con la familia a un crucero —me contestó de inmediato.

—Vaya —le dije alborozado— cuando menos hay un periodista que ha logrado sortear esta época oscura en Veracruz. Y ¿a dónde se van? ¿Al tórrido Caribe, a las insondables islas griegas, a los hielos eternos de Alaska?

—¡Qué va! —me contestó mi amigo—. Nos vamos a un crucero en Xalapa a lavar parabrisas, ¡a ver cuánto sacamos para sobrevivir!

El chascarrillo me trae el tema de los cruceros capitalinos, y me recuerda uno en especial, el más peligroso del mundo, el que está para entrar a Las Trancas, del que ya me he ocupado en esta columna en varias ocasiones. Hablé de él por primera vez el 18 de febrero de 2016, repetí el texto en la entrega del 19 de septiembre de 2016 y por tercera vez lo puse el 19 de junio de 2017.

Pero como todo sigue igual, lo publico una vez más, con la vana esperanza, pero esperanza al fin, de que alguna autoridad responsable lo lea, y tome alguna medida.

Bueno, no todo sigue igual, porque hace unos meses arreglaron por fin la carpeta del paso a desnivel que lleva a Jalcomulco. Y ahí sí tuvo que ver Julem, para que vean.

Va pues:

Viene usted de Veracruz y llega a Xalapa. Pasa el retén de la policía que está en el carril contrario, atraviesa el puente del libramiento hacia Coatepec, y entra al nudo gordiano…

O puede venir de la central de abastos y la zona de los bonitos fraccionamientos de la familia Fernández Chedraui asentados a cada lado de la Avenida Europa, evita la tentación y pasa por los moteles, deja a un lado la caseta de policía de la Fuerza Civil (FC), y entra al nudo gordiano…

Igual puede venir de la zona de Jalcomulco o de la carretera a Huatusco, pasa por abajo del puente de la autopista Xalapa-Veracruz, LIBRA LOS MONUMENTALES HOYOS QUE HAY AHÍ (CON EXCEPCIÓN DE LOS 20 METROS DE CEMENTO HIDRÁULICO QUE NOS REGALÓ EL ALCALDE AMÉRICO ZÚÑIGA), también evita la tentación de los moteles (150 pesos el rato, cuartos temáticos, películas picantes en la pantalla, servicio de bebidas y pastillas azules a discreción, qué bárbaros), pasa el módulo de la FC, y entra al nudo gordiano.

Son 500 metros de órdago vial, que van de la entrada a Xalapa a la primera entrada de Las Trancas y al primer semáforo, antes del trébol de Plaza Américas. En ellos hay una gasolinera, un restaurante brasileño (dicen que es mucho mejor el que está unos kilómetros más adelante, sobre Lázaro Cárdenas también), la oficina del Programa Oportunidades, UN NUEVO CENTRO COMERCIAL QUE TENDRÁ LA SEGUNDA PARROQUIA JAROCHA EN LA CAPITAL, una o dos pollerías… y otro motelito.

La afluencia de vehículos de esos tres accesos es enorme durante la mayor parte del día. Y al tráfico agregue usted que siempre hay tráilers estacionados indebidamente, que ocupan un carril que es crucial entre tanto coche que va y viene. ¿Por qué no los quita nadie? ¿Por qué no les levantan una infracción? ¿Le toca hacerlo a la Policía Federal? ¿O a Tránsito del Estado?

Averígüelo Vargas, como decía el clásico.

Si usted quiere entrar desde ahí a Las Trancas, tiene que encomendarse a San Francisco (el de Asís, que dicen es muy milagroso, o el de Sales, que también es cumplidor, y en una de ésas hasta al tocayo moderno de esos dos, el propio Papa, que ya hizo su primer milagro en México, pues dicen que una niña a la que tocó con sus manos se curó milagrosamente de cáncer; habrá que ver). Y tiene que encomendarse a tan poderosos intermediarios ante la divinidad porque es un juego de la fortuna cruzar el carril contrario, con un ángulo que nos pone de frente a los vehículos que vienen a alta velocidad (para ellos es de bajada, cuando nuestros autos tienen que hacer el esfuerzo de remontar la pendiente hacia arriba).

Antes de que ocurra una desgracia mayor, antes de que vayan a tapar el pozo una vez ahogado el niño, antes de que un camión se pase a traer a un automóvil que puede ir con niños o señoras, urge un semáforo que contenga las prisas de los choferes que piensan que ya entraron a la carretera, y bajan a toda velocidad sin imaginar que hay una trampa adelante, oculta por una curva.

Bueno, un semáforo sería bueno, y un puente sería ideal, pero eso mejor lo dejamos para más después.

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