El enorme escritor que fue Sergio Pitol y yo, además de tocayos, estábamos destinados a ser muy buenos amigos y seguramente hubiera aprendido grandes cosas de la literatura con él. Pero en julio de 1978 Froylán Flores Cancela decidió renunciar como columnista estrella y Subdirector General de Diario de Xalapa y me cambió la historia.

Dejen les cuento: en ese año yo terminaba mis estudios en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana, y después de haber sido becario por cuatro años del Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias, me esperaba un puesto como investigador.

Sólo que Froylán decidió fundar el semanario Punto y Aparte y tuvo la gentileza de invitarme a trabajar en su proyecto. Yo pensé en tomarme unos meses sabáticos antes de ingresar formalmente al CIL-L, pero el periodismo es una profesión definitiva y pasmosa. Así que me quedé con Froy seis años y en el periodismo para siempre.

La cosa es que, si hubiera seguido mi carrera literaria, cuando Pitol se instaló para vivir definitivamente en Xalapa hubiéramos sido compañeros de trabajo, porque él llegó como investigador emérito del antiguo Centro, ya convertido en Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias.

No tuve la oportunidad de conocer personalmente a Sergio Pitol ni de ser su amigo, pero sí fui un lector permanente de sus libros desde que leí cuando estudiante su opera prima, El tañido de una flauta, una novela que no parecía novela, como todas sus narraciones; un texto difícil de leer y maravilloso al mismo tiempo, que no contaba historias pero te atrapaba con su intensa vida literaria, libresca, culterana.

En 2005, Sergio Pitol fue laureado con el Premio Cervantes, el más importante de la lengua española para escritores, y son eso convirtió a Xalapa en un referente mundial de la literatura. Los atenienses veracruzanos pudimos desde entonces alardear de nuestra gloria viviente de las letras, presumir cono una joya al ganador de tan importante reconocimiento.

Y el maestro Pitol se dejaba querer, derramaba los dones de su vastísima cultura y su talento creativo en favor de los jóvenes estudiantes en la Universidad, en apoyo de sus compañeros maestros en las aulas, en auxilio de otros escritores que querían ser tan grandes como él… y algún día lo lograrán.

Poco se dice, pero Sergio Pitol permaneció hasta ayer en las listas de los candidatos al Premio Nobel. La Academia Sueca consideró su nombre en varias ocasiones, muy fuertemente en 2007, cuando se le otorgó finalmente a la escritora feminista Doris Lessing, nacida en Irán y radicada en Londres, en donde hizo su carrera como autora y activista. En aquella ocasión la balanza se inclinó en favor de ella por cuestiones de la equidad de género, pero los especialistas consideraban que literariamente Pitol era mucho mayor.

Vamos a terminar de extrañar la figura de Sergio Pitol cuando pasaba caminando por las calles del centro de Xalapa y saludaba amablemente a quien se le acercara.

Entre los homenajes, seguramente la comuna xalapeña, identificada ideológica y políticamente con él, hará honor a la enorme estatura cultural de quien fue orgullosamente nuestro vecino, y le impondrá el nombre a una avenida grande y céntrica (o se verá pichicata culturalmente como todas las anteriores autoridades municipales, y le pondrá el nombre del gran escritor a una callecita perdida en algún recoveco alejado de nuestra topografía).

Aunque en verdad Sergio Pitol no necesita reconocimientos porque los tuvo todos en vida y los seguirá teniendo mientras haya algún ávido que acuda a sus libros para conocer la maravilla de su talento literario.

Descanse en paz.

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