La Habana, 13 feb (Xinhua) — La Quinta de Los Molinos, centenario parque habanero, no es sólo un remanso verde en medio de la capital de Cuba, sino que es el escenario de un ambicioso proyecto de inclusión social que busca ayudar a niños y adolescentes con necesidades educativas especiales.

El lugar, que hoy en día tiene 4,8 hectáreas de un espectacular verdor, debe su nombre a unos molinos de tabaco para hacer rapé que funcionaron allí entre 1800 y 1835.

El sitio fue cedido después al Jardín Botánico de la ciudad y a la Casa de descanso de los Capitanes Generales de la isla en la época colonial.

El Jardín Botánico acogió las investigaciones sobre plantas y animales del científico cubano, Felipe Poey Aloy (1799-1891), así como los numerosos experimentos acerca del cultivo de la caña de azúcar que emprendiera el también investigador cubano, Alvaro Reinoso (1829-1888).

Se conservan allí unas 170 especies vegetales, de ellas algunas endémicas de la isla, así como más de 66 especies de la fauna silvestre asociada a la vegetación, entre ellas moluscos, anfibios, reptiles, aves y mamíferos.

En la Quinta de Los Molinos, que desde 1987 es Monumento Nacional, es habitual hallar a personas que disfrutan de la belleza del lugar, pero tres veces a la semana se llena de niños y adolescentes de la cercana Escuela Especial Adelaida Piñero, que tiene una matrícula de unos 200 alumnos con necesidades educativas especiales.

Síndrome de Down, retraso mental en diferentes grados y hasta autismo son algunas de las características de esos alumnos, quienes parecen olvidar todo cuando llegan al parque como parte del proyecto «La Quinta por la inclusión social» para recibir clases de jardinería y pintura, así como terapia con animales y educación ambiental.

«El objetivo es ofrecerles oportunidades para la inclusión social, aprovechando sobre todo las capacidades que ellos tienen y potenciando las habilidades», dijo a Xinhua la joven psicóloga Yisel González.

González, quien trabaja en la Quinta desde su graduación en la Universidad de La Habana en 2013, explicó que al servicio de los alumnos hay especialistas en botánica y veterinaria, quienes desde distintos ángulos favorecen la complicada relación entre los pacientes.

«Este es un espacio para la relación, para el bienestar emocional, para el crecimiento ambiental», subrayó.

La joven especialista imparte además clases de pintura a los alumnos más pequeños, quienes de esta forma canalizan un mundo interior al que de otra forma es casi imposible acceder.

Esta manera lúdica de aprender ayuda en el avance cognitivo y social de los pequeños y los prepara sobre todo para enfrentar la vida de manera autónoma.

A su vez, la maestra Dulce María García señaló que «aquí ellos se relacionan con el medio ambiente y al mismo tiempo se preparan para la vida, porque aprenden y se desarrollan en algunos oficios simples, pero que les permitirán más adelante sostenerse por sí solos».

La profesora, quien trabaja en la escuela desde hace siete años, destacó el éxito que ha tenido el proyecto en la evolución de los niños, algunos de los cuales, al entrar en la adultez temprana, incluso han llegado a trabajar en la Quinta de Los Molinos.

«Hay dos que son jardineros y trabajan aquí», aseveró otra maestra de la escuela, Dania Martínez, quien se encarga de enseñarles habilidades domésticas como cocinar, lavar o limpiar los suelos.

Es difícil comunicarse con estos niños que tienen distintos grados de incapacidad intelectual, pero sus rostros hablan de manera evidente, en especial cuando entran al mariposario, un hermoso cuadrilátero de tela traslúcida, donde habitan decenas de mariposas de distintos tipos.

Pérez tiene 13 años y le cuesta mucho comunicarse con los demás, pues además del retraso mental, padece de una sordera profunda del oído izquierdo.

La niña, sin embargo, es capaz de superar sus dificultades y balbucear algunas palabras para explicar cómo en la Quinta aprendió a cuidar a los animales y a las plantas.

Con mayor fluidez a pesar de un retraso mental ligero, Fernández compartió que le gusta ir al lugar «porque es bonito y puedo ver a los animales».

Ellos son sólo dos integrantes de un grupo de niños a los que la vida les limitó el desarrollo físico-mental, pero que han hallado en La Quinta de Los Molinos de La Habana no sólo un lugar para el aprendizaje lúdico, sino un rayo de esperanza para la vida futura.