Un mensaje común que debería y tendría que ser compartido por todos es el de la dignidad de una víctima, cualquier víctima. Desde luego, el objetivo es que se supere esa condición, el de ser víctima, y que dicha persona ya no se considere más una víctima, sino un sobreviviente. Pero mientras un víctima siga teniendo esa condición y ella misma se considere así, todas las autoridades, la sociedad, la familia, etc, tenemos que aprender a respetar su dignidad.

Esto es algo que aprendió y entendió muy bien Roberto Campa Cifrián, quien acaba de dejar el cargo de Subsecretario de Derechos Humanos de la SEGOB. En lo personal creo que debió quedarse en ese puesto, pero entiendo que como político profesional que es, una Secretaría de Estado, es un logro, y él se la ganó. Es un premio a su excelente trabajo, pero es una pérdida para lo que se había logrado, y se deja en el limbo y la incertidumbre muchos temas y a muchas víctimas.

Conocí a Campa en su tarea previa en prevención del delito, y me consta que ahí quiso darle un nuevo enfoque a la atención de la grave problemática y contexto que dejó la pésima e irresponsable política anticrimen del presidente Calderón. En 2013, México ya era un campo de guerra y las violaciones a los derechos humanos, como la tortura, habían aumentado exponencialmente.

Pero conocí mejor a Campa en 2015, cuando se hizo cargo de la política federal en derechos humanos, y a inicios de 2016, ya en plena debacle del régimen criminal de Duarte y Bermudez Zurita, cuando la policía estatal levantó a cinco jóvenes de Playa Vicente, en Tierra Blanca, y los entregó a la delincuencia organizada.

De esos meses de trabajo juntos con las familias de los cinco jóvenes de Playa Vicente, pude observar de manera directa la sensibilidad y seriedad con la que Campa asumió el asunto y el trato con las víctimas. Estuvimos en muchas sesiones dolorosas, verdaderamente desgarradoras, donde a los presente se nos atravesaba el llanto sin salir completamente. El día de la notificación de la muerte de sus hijos a dos de las familias, algunas lágrimas ya no pudieron contenerse. Ese fue el momento de no retorno, a partir de eso, tuve conversaciones con Campa, donde compartimos la necesidad de un cambio serio y urgente en la política pública hacia los desaparecidos en México.

Campa entendió perfectamente la situación de los desaparecidos en México, y no sólo la asumió profesionalmente y como servidor público, sino que me parece que la hizo suya, y se involucró con las víctimas. En Veracruz, comenzó a reunirse periódicamente con los colectivos de desaparecidos, y a mediados de 2016 se realizó la primera reunión con todos los colectivos en el puerto de Veracruz. Recuerdo muy bien que cuando llegó a esa reunión le ofrecí acompañarlo a presentarle a los más de cien familiares que se encontraban en la sala, y fue saludando a uno por uno, y me sorprendió que a la gran mayoría los conocía por nombre, y sabía perfectamente su situación.

Después vino en agosto el descubrimiento de las fosas en Colinas de Santa Fe, y Campa gestionó el apoyo de la Comisión Nacional de Seguridad y de la Policía Científica, que desde entonces han estado trabajando en ese lugar y donde se han hallado 280 cuerpos en 150 fosas clandestinas.

Si bien las fosas de Colinas de Santa Fe fueron encontradas y un logro del Colectivo Solecito, los hallazgos y trabajo que se ha realizado ahí, en gran parte se debió al Subsecretario Campa, al igual que lo que se hizo en Tierra Blanca y en Arbolillo. Sin la voluntad política y el impulso que le dio él no hubiera sido quizá posible que hoy haya más de veinte familias que saben finalmente sobre sus familiares.

Las reuniones mensuales que se vinieron realizando en Veracruz entre colectivos y autoridades federales y estatales, no hubieran sido posibles sin el empuje de Campa Cifrián.

Igualmente su trabajo insistente en el análisis del proyecto de Ley General de desaparición forzada y en su votación en el Congreso de la Unión, fue fundamental para que hoy exista esa ley.

La gran capacidad política y de diálogo de Campa, permitió también en los momentos más difíciles de las secuelas del terremoto del 19 de septiembre del año pasado, atemperar y poner orden en el caso de las víctimas familiares de los desaparecidos en el edificio de Álvaro Obregón.

Desde luego hay temas que Roberto Campa no pudo o no quiso cambiar, o no lo dejaron, como las violaciones graves de derechos humanos en temas donde estaban involucrados miembros de las fuerzas armadas, o la intervención del Comité de la ONU para las desapariciones forzadas, y en eso hay mucho por criticar como acertadamente lo señalan la mayoría de las organizaciones civiles de derechos humanos, pero mi interpretación es que en esos casos él estaba limitado desde más arriba para poder cambiar o incidir en esos temas. Pero lo que sí hizo es darles una atención a las víctimas, las recibió, las escuchó y se involucró, con respeto y anteponiendo la dignidad de la víctima, algo que no hace la gran mayoría de los servidores públicos de este país.

Platicando con Lucy Díaz, la representante y coordinadora del Colectivo Solecito, coincidimos que se deja un gran vacío en la atención a las víctimas de desaparición, y que quizá no haya en adelante la misma capacidad de diálogo y de liderazgo en la causa de los desaparecidos, como lo hizo Campa. Sin embargo, al mismo tiempo, se abre un espacio de madurez suficiente en el movimiento por los desaparecidos para mandar un mensaje común que se centre en la dignidad de las víctimas y en el rechazo al discurso de criminalización y revictimización en el que ha caído el Gobernador Yunes, y que desafortunadamente, les ha ganado en el mensaje a los colectivos de víctimas.

La centralidad del mensaje discursivo y comunicacional por parte del Gobernador ha logrado que la sociedad veracruzana, y quizá los medios también, se esté comprando el discurso de que las víctimas son víctimas porque estaban involucradas en actividades delictivas, o porque lo provocaron. ¿Qué va hacer la sociedad y los colectivos de víctimas frente a ese mensaje? Es el momento de promover un cambio que le gane a ese discurso y se ponga el acento en la víctima, en su dolor, en su dignidad, en darle rostro, historia, contexto, y en el futuro que pudo haber tenido si no se hubiera encontrado con ese novio machista, o con ese hombre abusador, o con ese policía corrupto, o con esa colonia, esa comunidad, ese municipio o ese país en guerra.