En el fragmento de Una vida ejemplar que cité ayer, Art Pepper justifica el supuesto racismo de Miles Davis: «Y en lo referente al prejuicio racial, a que no quiere músicos blancos en sus bandas, Miles simplemente hace lo que le dicen que tiene que hacer. Se ha visto atrapado por la dinámica que hay en este país por la forma de ser de la gente, y él se dice que así todo es más fácil. En su momento fichó a Bill Evans para su banda, pero la gente se metió tanto con él y le causaron tantos problemas que -yo lo veo así- terminó por amargarse y por asumir esa postura de odio y racismo».

Aunque no de Davis -quien además de Bill Evans, integró a sus grupos y colaboró con muchos músicos blancos, Gil Evans, Pierre Michelot, Joe Zawinul y Chick Corea son solo algunos ejemplos-, el propio Pepper fue víctima de la discriminación racial, así lo narra:

«Las envidias han hecho mucho daño al jazz. En lugar de tratar de ayudarse y pasarlo bien los unos con los otros, los músicos se han vuelto mezquinos y envidiosos. El músico ahora tiene miedo de que otro toque mejor que él y ocupe su lugar. Y el black power… Muchos de los negros insisten en que el jazz es la música de su raza y no quieren tener nada que ver con los blancos. El jazz es una forma artística. ¿Cómo se puede pretender que una forma artística sea patrimonio de una raza humana determinada? Durante un tiempo tuve un grupo en el que había músicos negros. Lawrence Marable a la batería y Curtis Counce al contrabajo. Una noche que estuvimos tocando en Jazz City, al terminar la actuación, un par de amigos que estaban en el club me dijeron: ‹Oye, tío, ¿no te has fijado? Mientras tocabas, esos pavos te estaban poniendo verde, riéndose de ti e insultándote›. ‹¡Lo dirás en broma›, dije. Pero empecé a preguntar a la gente y, de vez en cuando, a mirar de reojo por encima del hombro mientras estaba tocando. Y sí, los vi burlándose de mí. Al final me encaré con Lawrence Marable. Salimos los dos a la calle y le pregunté: ‹Pero, hombre, ¿se puede saber qué os pasa? Y él me respondió: ‹Que te den por el culo, tío. ¿Quieres saber lo que de verdad pienso de ti, blanquito cabrón?›. Escupió al suelo, pisó el escupitajo con rabia y dijo: ‹Que tocas de pena. ¡Ninguno de vosotros, blanquitos de mierda, tenéis idea de tocar!. ‹¡ Puto negro cabrón asqueroso! ¿Y por qué tocas en mi grupo si es lo que piensas?›, dije yo. ‹Porque nos viene bien utilizar a los putos blanquitos de mierda como tú›. De eso se trataba. Eso era lo que pensaban de mí. Me sentí hundido, la verdad; me entraron ganas de llorar. No terminaba de creérmelo: la misma gente a la que yo había dado trabajo hablaba mal de mí a mis espaldas; no solo eso, ¡sino que hasta se reían de mí a mis espaldas mientras yo estaba tocando en un club!

«Yo había trabajado con otros músicos negros como Ray Brown o Sonny Stitt, músicos negros que tocaban fabulosamente y que se habían portado de maravilla conmigo, y por eso no terminaba de creerme que empezaran a pasar estas cosas. Al final te empezabas a hacer preguntas, al final te volvías desconfiado, al final, cuando te encontrabas a la gente que conocías… Si iba a las oficinas del sindicato de músicos, a lo mejor me tropezaba con Benny Carter o con Gerald Wilson, pero me costaba hablar con ellos, pues me preguntaba si en ese momento no estarían diciéndose: ‹Vaya, aquí está el capullo de Art Pepper; el muy tontito no se entera a la hora de tocar; aquí los únicos que se enteran somos nosotros, los negros. ¡Los negros somos los únicos que sabemos tocar como está mandado!›. Empecé a comerme el coco de esa manera, y la cosa terminó por destruirlo todo. Cuando sucede algo así, es imposible que entre un grupo exista armonía o pueda darse la belleza. Eso fue lo que pasó con el jazz. Por eso muchos músicos lo dejaron. Buddy DeFranco, que seguramente haya sido el mejor clarinetista del mundo, otros muchos como él… Terminaron por hartarse, por hartarse del todo, y tomaron la decisión de dejar la música, porque la situación era horrorosa».

(CONTINÚA)

PRIMERA PARTE: Good hombres, good músicos
TERCERA PARTE: El inesperado encuentro con los músicos de Miles
VER TAMBIÉN: Art Pepper, el sublime maldito


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