La carrera ha comenzado y la meta está fijada. Con la venia del nuevo paseo por la Luna anunciado por Trump, en la década de 2030, el hombre se supone que estará listo para pisar Marte. Entre el deseo y la realidad, mucho se habla de cómo tendrán que ser los avances tecnológicos que permitan superar los impedimentos actuales, el presupuesto y qué hará la primera misión que pise el planeta rojo. Sin embargo, poco se sabe de cuál será el coste psicológico que sufrirá esa primera tripulación o hasta qué punto las diferencias culturales y sociales de esos escogidos afectarán al éxito de su viaje y pueden ser previstos o medidos de antemano.

En resolver estas incógnitas trabajan el doctor en Neuropsicología de la Universidad de Cádiz (UCA) Gabriel González de la Torre Benítez y su equipo, el único grupo español que participa en la creación de un nuevo centro especializado de investigación (NSCor-Specialized Center of Research) de la NASA, la agencia espacial norteamericana. Éste se encargará de estudiar biomarcadores y factores de riesgo de aspectos emocionales y psicosociales en sujetos que permanecen aislados en instalaciones con condicionales similares a las de las misiones espaciales de larga duración. El objetivo es crear diversos perfiles que faciliten y agilicen la selección de futuros astronautas, además de ayudar a la resolución de problemas en el espacio en las futuras misiones a Marte.

“Se trata de analizar, en ambientes análogos que se encuentran en la Tierra, cómo se comporta un grupo de personas conviviendo en un hipotético viaje espacial de ida y vuelta de larga duración. Esto se ha estudiado mucho desde el punto de vista médico y cognitivo, pero falta hacerlo en profundidad desde el prisma de aspectos emocionales y psicosociales”, detalla De la Torre. Por eso, el proyecto plantea seleccionar a grupos de tres a seis científicos para aislarlos hasta en tres instalaciones diferentes: Icarus (una instalación subterránea en la Universidad de Pensilvania), Hera (un simulador de la NASA en Houston en el que se imita el interior de una nave espacial) y la Estación Antártica Alemana Neumayer III, que posee condiciones de aislamiento total.

Además del Johnson Space Center de la NASA y los investigadores de la UCA, el proyecto está integrado por las universidades de Pensilvania (que coordina el proyecto a través del doctor David F. Dinges), Harvard y Pittsburgh, dos laboratorios privados de EE UU (Draper Laboratory y Wyle Labs), la Agencia Espacial Alemana (DLR), universidades germanas y la estación Neumayer III.

No es la primera vez que González de la Torre participa en un proyecto de estas características. “Aunque soy neuropsicólogo siempre me he sentido atraído por el tema espacial y era dos realidades que quería unir”, reconoce el investigador. La oportunidad de unir ambos campos le llegó a partir de 2009, cuando formó parte del único proyecto español en participar de la misión Mars 500, una experiencia liderada por Rusia en la que seis voluntarios se encerraron en un ambiente análogo para simular una misión a Marte de 520 días (ida, estancia de un mes y regreso).

Además de esta experiencia, en estos años se ha realizado otra en Hawai (la HI-SEAS) y en Florida, donde la NASA posee el laboratorio submarino Aquarius, en el que aísla periódicamente a científicos y astronautas durante los ejercicios NEEMO (NASA Extreme Environment Mission Operations). Sin embargo, en esta ocasión, el equipo de González de la Torre se encargará de profundizar en “cómo los aspectos culturales marcan la diferenciación entre ellos en un ambiente en el que están sometidos a un importante estrés”.

Cultura versus estrés

“Partimos de la base de que las misiones espaciales siempre están integradas por varios países y que cada uno quiere tener a su propio representante en la misión. Este proyecto puede ayudarnos no a decir si son aptas o no determinadas culturas, sino a definir cuáles son las mejores combinaciones o cómo contrarrestar los desencuentros”, reconoce el psicólogo. De entrada, González de la Torre tiene claro que “el origen cultural puede hacer que una persona se adapte mejor a situaciones de estrés y aislamiento, que tenga aptitudes que faciliten su relación entre personas o que interprete de una determinada forma lo que le sucede”.

En cualquier caso y pese a la evidencia de que las diferencias culturales “son determinantes”, González de la Torre prefiere partir prácticamente de cero, dado que científicos y astronautas son una población con características singulares: “Lo que damos por supuesto en líneas generales es casi mejor no tenerlo en cuenta. Los astronautas están tan preparados que el conflicto es difícil, aunque no se pueda descartar”. Incluso añade un ejemplo revelador: “A nivel coloquial se considera que entre estadounidenses y rusos no hay buena relación, pero vemos misiones integradas por representantes de ambos países y no pasa nada. En el espacio parece diluirse esta rivalidad, pero habría que saber hasta qué punto”.

Pero surgen más dudas: ¿qué adversidades y qué tipo de problemas pueden surgir? Algunos de los reveses son evidentes e inherentes a toda misión espacial, como pueden ser el aislamiento, el ruido, el aburrimiento o la incomodidad, aunque acentuados al tratarse de un viaje largo. Sin embargo, un traslado hasta Marte parece traer aparejados nuevos inconvenientes, como detalla González de la Torre: “Puede producirse la enfermedad de un tripulante y es importante saber cómo lo gestiona el resto. Sospechamos que el efecto de la radiación cósmica puede hasta producir daños cerebrales”.

A eso se suma el efecto emocional que puede generar “perder la Tierra de vista por primera vez en una misión espacial”. “Incluso puede que se creen hasta pequeñas subculturas. Cuanto más largo es el viaje, más probabilidad hay de que se den estos condicionantes”, reconoce el investigador gaditano. Sin embargo, para González de la Torre hay un factor que cree que será determinante: la autonomía. Cuando la comunicación con la Tierra esté limitada y con retardos de 20 ó 30 minutos “será clave saber si son autónomos, si pueden desarrollar formas de trabajar adecuadas o incluso si aparece esa subcultura”.

Ahora el proyecto acaba de echar a andar y se concretará con una serie de reuniones periódicas, previas al inicio de los aislamientos. Desde la UCA ya han conseguido la financiación del Plan Nacional de I+D+i para sufragar los gastos derivados de la investigación. Dentro de cuatro años, la experiencia deberá alcanzar una serie de resultados que se prevén pioneros. De hecho, la idea es poder relacionar los perfiles psicológicos resultantes con biomarcadores que permitan su evaluación con criterios objetivos. “Es de las primeras veces que se estudia conjuntamente. Intentaremos encontrar un biomarcador que permita informar de los perfiles. Queremos relacionar hallazgos culturales con hallazgos en estos marcadores”, precisa el psicólogo.

Para ello, los investigadores plantean análisis estructurales como escáneres cerebrales. Además, se valora la posibilidad de colocar sensores de proximidad entre los tripulantes para poder analizar qué perfiles están solos o acompañados o con quién se relacionan. Todos estos resultados, además de mejorar los criterios de selección, permitirán establecer medidas correctoras para los problemas psicosociales que surjan en las misiones. “El conocimiento que se adquiera servirá también para la autogestión de la salud mental de los astronautas”, detalla el investigador.

El investigador de la UCA cree que su investigación incluso tendrá aplicación en el día a día: “Podría servir para establecer marcadores relacionados con el hecho de vivir en aislamiento o soledad, bajo una situación de estrés alto. Puede ayudar a personas que, por diversos motivos, viven de esta forma a la hora de desarrollar métodos de autoevaluación donde el sujeto, que no tiene un médico o un psicólogo cerca, sea capaz de ver cómo se encuentra y si tiene algún problema que necesite atención”.

Mientras que estos y otros resultados llegan, la investigación ya ha echado a andar con la certeza de que viajar a Marte, dejando la Tierra atrás, es una meta cada vez más alcanzable. González de la Torre no puede -ni quiere- ocultar la ilusión que le produce la idea. “Será como cuando aquellos navegantes perdieron la costa de vista para descubrir el Nuevo Mundo. Es casi un concepto romántico”, remacha emocionado el investigador.

Con información de El País