—Maestro, si me permite una opinión, yo le recomiendo que mejor tome un té verde que ese café cargado que pide siempre. Leí un artículo en Internet en el que se afirma que eso garantiza más años de vida…

Les juro que lo dije con la mejor intención, sin ganas de molestar a quien tenía enfrente. Pero el Gurú tiene una particularidad, un ¿defecto? de su personalidad: no soporta que le digan lo que tiene que hacer. Por eso:

—Te agradezco el consejo, mi pequeño Saltita —el doble diminutivo revelaba su exasperación contenida— pero no lo pienso tomar en cuenta. Y te voy a explicar por qué.

Los otros comensales en la mesa sabían lo que venía, y por eso suspendieron sus charlas apartadas y se dispusieron a escuchar los razonamientos del pensador en contra de mi impertinencia, según la calificaron de inmediato.

—Primero —continuó el maestro— tendrías que investigar qué tan profesional y cierto es el artículo que leíste. Cada día circulan más en la red de redes textos, informaciones y opiniones que parecen provenir de fuentes serias, pero en realidad son ocurrencias de ociosos, o estratagemas de quienes quieren vender algún producto. Te pongo un ejemplo para explicarme mejor: se sabe que ciertos productores de soya pagaron una serie de artículos en Internet que hablaban sobre los peligros de beber leche, porque ellos ofrecían una alternativa a ese alimento crucial en nuestra mesa. De esa campaña, quedó la idea de que los seres humanos estamos mal porque somos los únicos animales que seguimos tomando leche después de nuestra primera infancia. Y también heredamos una multitud de personas ahora intolerantes a la lactosa que hacen imposible cualquier menú decente. Piden que les hagan sus enchiladas, frijoles, picadas, chilaquiles… sin queso; sopas, tostadas, enfrijoladas… sin crema; pasteles, gelatinas, helados… sin leche.

Ahí todos volteamos a ver a nuestro amigo Roberto Sánchez, que acababa de pedir un capuchino deslactosado, ligth, descafeinado y endulzado con azúcar de dieta. El filósofo respetó la pausa, dejó unos segundos para que digiriéramos lo que acababa de decir y continuó con su repasada en contra de mi impertinencia:

—Que el té verde ofrece más años de vida que el café… vamos a convenir en que es cierto, y aquí yo preguntaría a los buenos cafeteros si no estarían dispuestos a empeñar alguna parte de su futuro, que es siempre incierto, frente a la certera delicia de degustar todos los días una o dos o tres tazas del… cómo le dicen los reporteros… ah, sí, del aromático grano. Lo cierto es que la cafeína tomada con moderación ofrece grandes beneficios a la salud, y eso lo dicen grandes científicos que han hecho estudios profundos, no un mísero artículo de Internet sin fuentes confiables.

En este momento ya me había arrepentido de mi ocurrencia sobre el té, pero el Gurú no soltó la presa:

—Y tercero, no obstante mi juventud, creo tener los años suficientes y el cerebro necesario para tomar mis propias decisiones, sin necesidad de que alguien me diga lo que tengo que hacer. Tener que hacer… He ahí, señores, uno de los deportes que más juegan los mexicanos: decir a los demás lo que tienen que hacer. Nuestro país está lleno de aconsejadores que a la primera oportunidad más que consejos te dan órdenes. Toma esto o toma aquello; no debes comer ese alimento; tienes que adelgazar; dejar de fumar; hacer más ejercicio. Y lo más chistoso es que quien aconseja por lo general no sigue las mismas instrucciones en su persona. El gordo te dice que comas menos, el perezoso que seas más trabajador, el dormilón que te levantes temprano.

En ese momento todos nos volteábamos a ver porque de una manera u otra a todos nos venía el saco. Resultaba que en esa mesa de cafeteros todos éramos buenos para dar consejos, como sucede con el común de los mexicanos. Nuestro filósofo advirtió nuestro síndrome de culpabilidad, y siguió atizando la herida:

—Atrás de todo, está la necesidad que tanta gente tiene de ejercer el control, un control, cualquier tipo de control. Es el azote de nuestro tiempo… pero si me permiten, mañana continuamos porque debo irme…

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