En distintos momentos, en múltiples foros, con diferentes argumentos, el senador Héctor Yunes Landa y la diputada federal Rocío Nahle han coincidido en solicitar el nombramiento de un Comisionado Federal de Seguridad Pública para el estado de Veracruz, de la misma forma en que se realizó en el estado de Michoacán hace algunos años.

La respuesta del Gobernador Miguel Ángel Yunes ha sido politizar el tema y desacreditar a los legisladores; al primero, refiriendo que su solicitud sólo son tonterías, mientras que a la segunda, le criticó que los alcaldes de su partido no asisten a reuniones de seguridad y que además son amigos ¿de quién creen?… exacto, de Javier Duarte.

Pero resulta que la memoria es femenina y obstinada. Esta misma solicitud, bajo el mismo argumento de que “ante la grave crisis de violencia que se vive en el estado de Veracruz, es urgente la intervención directa del Gobierno federal, para que se envíe un Comisionado de Seguridad que tenga plenas facultades para operar en la entidad veracruzana”, fue hecha por el propio Miguel Ángel Yunes en al menos tres ocasiones, antes de que esto le pareciera una tontería y los morenos fueran amigos de Duarte.

La primera fue el 11 de septiembre de 2014. En esa ocasión, Miguel Ángel Yunes acusó que Veracruz vivía la peor crisis de su historia, en todos los órdenes, y que “la delincuencia amenazaba a los veracruzanos y cada día es más evidente la impunidad con la que actúa pese a los esfuerzos del Ejército Mexicano, de la Marina Armada de México y de la Policía Federal”. Hoy que se niega a aceptarlo, excusa que ya hay fuerzas federales, como ya las había entonces.

La segunda petición la hizo el 25 de mayo de 2016, en el contexto de su campaña electoral. Dijo entonces que el esquema de seguridad implementado hasta esa fecha no había podido hacer frente a la delincuencia, por lo que era necesario recurrir a esta figura federal y aseguró que “esta figura de Comisionado de Seguridad ayudaría a descender los índices delictivos a lo largo y ancho del estado y a meter orden en las instituciones“.

Ya como gobernador, el 27 de junio pasado, dijo que “la figura de un comisionado especial de seguridad para Veracruz no servirá para disminuir la violencia”. Por fin, ¿en qué quedamos?

La tercera llegó cuando ya declaraba como Gobernador electo del estado. Aquel día, el 20 de septiembre de 2016, habló respecto al secuestro y ejecución de dos curas en el municipio de Papantla, así como otros hechos delictivos en el estado y pidió designar a un comisionado para Veracruz durante los 70 días que restaban a la administración.

Y dijo de manera premonitoria: «Todos los días Veracruz es una nota negativa a nivel nacional e internacional; esta semana hemos tenido secuestros en Coatzacoalcos, secuestros de jovencitas en Veracruz, asesinato de sacerdotes, balacera en Orizaba contra seis jóvenes, y esto exige que la federación voltee a ver a Veracruz. El problema va creciendo, de tal manera que se puede volver un problema incontrolable”. Tuvo razón. Un año después estamos peor que nunca.

La pregunta obligada es: ¿antes sí necesitábamos un Comisionado federal de Seguridad y ahora no? ¿Se trata sólo de un posicionamiento político electoral de los actores involucrados? Para no especular, vayamos a las cifras y tomemos como referencia la primera y la última solicitud hecha por Yunes Linares al gobierno federal.

Según cifras que se pueden consultar en el apartado de incidencia delictiva del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), en los primeros nueves meses de aquél año 2014, Veracruz registró 122 secuestros, 211 extorsiones y 389 homicidios dolosos; en los primeros nueve de 2017, se contabilizaron 133 secuestros, 357 extorsiones y mil 213 homicidios. Es decir, estamos peor que antes; las muertes violentas crecieron exponencialmente.

¿Y como andamos respecto de 2016 cuando lo solicitó por última vez? Pues según los datos que dio a conocer el periódico Reforma este miércoles, los homicidios y secuestros aumentaron 39 y 37 por ciento, respectivamente, en los primeros 10 meses del año en comparación con el mismo periodo de 2016. El robo de vehículos con violencia subió 50 por ciento y la extorsión se disparó 200 por ciento. En general, los delitos del fuero común crecieron 21 por ciento y los robos de todo tipo 31 por ciento. Mucho peor que antes.

Pese a que se trata de una tontería, hoy se cometen más delitos y se sanciona cada vez menos a los responsables. El gobierno criminaliza a las víctimas, violenta el debido proceso y extiende una patente de impunidad al señalar que sólo se trata de ajustes de cuentas entre delincuentes, cuando hay mucha población afectada.

Las ejecuciones no sólo han afectado a presuntos criminales, pues durante este 2017 han asesinado a políticos, funcionarios públicos, periodistas, líderes cañeros, empresarios, maestros, profesionistas y ciudadanos que quedaron en medio de un enfrentamiento. Más de mil 400 muertes violentas en un año, vaya tontería.

A la luz de las estadísticas y el clima que prevalece, los tres –El Gobernador y los legisladores- tienen razón: es urgente la llegada de un Comisionado federal de Seguridad. Para el gobernador, el tema de la violencia y la inseguridad es demográfico y no de estrategia: hay más muertes, más secuestros y más delitos porque somos más veracruzanos.

Esas sí son tonterías.

La del estribo…

  1. Este jueves, el Segundo Tribunal Colegiado penal del 7º circuito negó el amparo directo 162/2017 a la ex periodista y actual diputada local, Marijose Gamboa, lo que viene a confirmar su responsabilidad penal del homicidio del joven José Luis Burela, sucedido en julio de 2014 cuando se desempeñaba como directora del Instituto de la Mujer en Boca del Río. Por desgracia, que tengamos delincuentes como diputados no es ninguna novedad.
  2. A nivel federal sectores y organizaciones del PRI guardaron rigurosa compostura para no enturbiar el proceso interno de selección del candidato a la Presidencia. Ahora José Antonio Meade sana heridas del resto de los aspirantes. Sería bueno que en Veracruz suceda lo mismo. Los destapes anticipados son heridas más difíciles de sanar.