El asunto del gasoducto que pretende instalar la empresa Gas Natural del Sureste, es una nueva señal de los procesos de organización ciudadana que están desarrollando grupos populares cada vez en mayor medida.

Obvio, la madre de ese tipo de acciones es la inmediata, impresionante y mágica respuesta de los mexicanos ante los desastres ocasionados por la naturaleza, en particular los temblores.

Nuestro cambiante y por lo mismo peligroso hábitat nos ha convertido en un pueblo especial. La desgracia nos capacitó para enfrentar el infortunio. Por eso, ante cualquier contingencia, de la nada surgen de inmediato los auxiliadores anónimos, los grupos de ayuda que se enfrentan a las infraestructuras derruidas, a las aguas tormentosas, a los cerros desgajados, para robarle con las manos una vida a la muerte, para remediar un dolor, para paliar una pérdida.

Y esta suerte de organización ciudadana, tan elogiada con razón por todo el mundo, no se está presentando solamente en las grandes calamidades, como sucedía antes, como pasó en el sismo de septiembre de 1985. No. Ahora, la gente de la calle ha aprendido a juntarse para enfrentar también los excesos de la autoridad o las sospechas de corrupción.

De ahí la respuesta este lunes 16 de los comensales del café La Parroquia Bicentenario en Veracruz para rescatar de las garras de la furia ministerial a la doctora Aracely Serralta. Ante la valiente respuesta del grupo que salió en defensa de la profesionista, los que espero ahora sean ya ex policías tuvieron que soltar a su presa e inventar como pretexto que se habían equivocado de persona.

Y otra manifestación del clamor popular es la forma en que se están organizando vecinos de Coatepec, Emiliano Zapata y Xalapa en contra de la instalación del ducto de gas natural que llevaría este combustible a varias empresas de la ciudad cafetalera.

Como sucede a menudo con estos grupos emergentes, la organización pasa por el desorden y de pronto empiezan a manifestar desacuerdos internos o a multiplicar sus peticiones hacia temas diferentes. Pero lo cierto es que casi siempre funcionan, logran sus objetivos, hacen recular a la autoridad desviada.

Me emociona ver a la sociedad agrupada por su cuenta, exigiendo respuestas, haciendo públicos los excesos de funcionarios y servidores gubernamentales.

En el caso del gasoducto, hay que decir que la reacción ha sido especialmente virulenta en nuestra región. En otras ciudades de la República, el servicio de gas natural a empresas y hogares es aceptado como una alternativa más económica y menos peligrosa que el reparto de gas LP en camiones o pipas, y la acumulación de decenas o cientos de litros en tanques domésticos o estacionarios.

Pero aquí no. Acá hay especialistas al vapor que hacen crecer el temor entre la población. Si le creemos a lo que dicen, toda la región se convertiría en un campo minado que podría estallar en cualquier momento, causando una enorme devastación.

Aparte del peligro real que pueda ocasionar esta instalación y a un lado de la comparación con el peligro ya existente de la distribución y el almacenamiento de gas LP, es evidente que partidos de izquierda como el PRD tomaron de bandera el enfrentamiento contra el llamado gasoducto. Y encontraron que sembrar el temor es una buena estrategia para congregar la simpatía popular.

Conste, no estoy a favor de la compañía Gas Natural del Sureste. Exijo al igual que todos los ciudadanos que trabaje con las máximas condiciones de seguridad.

Pero esa exigencia deberíamos trasladarla también al manejo diario de las gaseras, que igualmente representan una bomba de tiempo y un riesgo permanente para la población.

¿O a poco nada más el gas natural es peligroso?

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