En México hemos tenido la astucia de construir un sistema electoral donde no gana necesariamente el que tiene más votos, sino el que logra sacar provecho de una sobre regulación electoral, que al mismo tiempo, permite toda clase de triquiñuelas para empoderar a la partidocracia.

En dos semanas inicia el proceso electoral para elegir al Presidente de la República. Hacia finales de año, los partidos ya habrán definido oficialmente a sus candidatos e iniciaremos el ritual más importante de nuestro sistema político. Las condiciones son relativamente similares a las últimas dos elecciones presidenciales, donde Andrés Manuel López toma la delantera, pero nuevamente le amenazan barruntos de tormenta por el enfrentamiento con sus antiguos aliados.

Aún si eso pasa, López Obrador será el fenómeno electoral más importante en la historia del país. Luego de perder las elecciones en 2012, en sólo seis años logró construir su propio partido político, el mismo que hoy aparece como puntero en las encuestas.

Sin embargo, al nuevo Presidente del país no lo elegirán los votantes sino las alianzas. Hace muchos años que en México no se observa una elección donde participen los partidos de manera individual. De hecho, la alternancia que se logró con Vicente Fox, fue gracias a una coalición entre el PAN y el Partido Verde, lo que se repitió después en muchos estados.

El PRI logró recuperar la Presidencia con otra alianza, precisamente con el Partido Verde. Hoy, la alianza que está de moda es la de los extremos: el conservadurismo panista y el liberalismo perredista. Absurda, contradictoria, pero en algunos estados, electoralmente eficaz.

Gracias a esta figura, los partidos satélites logran tener una fuerza descomunal, una capacidad de negociación que les permite una holgada sobrevivencia y una gran rentabilidad económica para sus dirigentes. Aunque su votación es marginal, saben que sus votos son necesarios para definir la elección.

Si en la elección presidencial de 2018 participaran los partidos de manera individual, esta podría ser un mero trámite para que López Obrador fuera, por fin, el Presidente de México. Pero resulta que Morena podría ser el único partido en jugar en solitario, lo que implica que la competencia está completamente abierta. Hasta ahora, sólo el PT aparece en su horizonte.

Hagamos números. Según la última encuesta publicada por diario El Universal, Morena mantiene 23 puntos de preferencia electoral, por 19 del PAN, 16 del PRI –recuperó cuatro luego de su Asamblea Nacional-, 6 del PRD, 5 del Partido Verde, 4 del Partido del Trabajo y Movimiento Ciudadano, 3 de Nueva Alianza y 2 del Partido Encuentro Social. El universo de indecisos aún es muy alto y ronda los 18 puntos.

Queda claro que en solitario nadie podrá ganar la Presidencia. Luego de las disputas de López Obrador con la nomenclatura del PRD, parece estar dinamitando sus posibilidades y arrojando al sol azteca a una alianza con el PAN, con lo que buscan repetir triunfos electorales que de manera individual nunca hubieran alcanzado, como fue el caso de Veracruz.

Este es el primer escenario. Si el PAN y el PRD logran consolidar esa alianza –se sugiere que los panistas se llevarían la candidatura a la Presidencia y el perredismo la de la Ciudad de México-, tendrían amarrados al menos 25 puntos, es decir, 2 más que Morena. En el caso del PRI, podría lograr otra alianza con el Partido Verde y el Panal, con lo que tendría al menos 24 puntos, superando también a Morena por un punto.

Esta misma semana, Dante Delgado Rannauro dijo que su Movimiento Ciudadano competiría solo en esta elección. Sus posibilidades de ser candidato al gobierno de Veracruz por Morena se esfumaron, y con ellas, la posibilidad de volver acompañar a López Obrador en la elección presidencial como sucedió en 2012. Los 4 puntos de Movimiento Ciudadano pondrían a Morena como puntero indiscutible, pero no será así.

Con apenas dos puntos de diferencia entre las tres principales fuerzas políticas, la elección está en el aire. Los electores ya conocen al candidato de Morena, pero no así a quienes serán los abanderados del PAN y del PRI, por lo que su solo destape podría darles en automático otros tres o cuatro puntos, lo que mandaría a Morena a un tercer lugar.

En cambio, si el PAN no logra amarrar la alianza con el PRD, sus posibilidades se esfuman. Lo mismo pasaría con el PRD, quien podría establecer negociaciones con el Partido del Trabajo y Movimiento Ciudadano; con esos ocho puntos, apenas alcanzaría 14 en la preferencia electoral. Su candidato prácticamente nacería muerto, aunque lograrían arrastrar la intención del voto en contra de Morena, como sucedió también en el estado de México.

Hace cinco años, Enrique Peña Nieto ganó la elección con 38.26 por ciento de los votos –casi 20 millones de sufragios-, por 31.57 por ciento de López Obrador; y los 25.68 de Josefina Vásquez Mota. Eso quiere decir que todos los partidos están aún muy lejos de sus posibilidades reales de triunfo. Otra vez, la elección se dividirá en tercios, lo que vuelve indispensable a los partidos pequeños, entre los que ya se cuenta el PRD. El dinero empezará a correr a raudales.

Así que amable elector, no se preocupe, no importa quién sea el candidato de su preferencia. Sin alianza no habrá Presidente.

Las del estribo…

  1. La pregunta recurrente en Veracruz es ¿qué hace el gobierno estatal con el dinero? Dicen que no hay, pero resulta que el último Informe financiero de Sefiplan evidenció el subejercicio de fondos en dependencias como la Sedesol y la SIOP, por más de mil millones de pesos. En seis meses, estas dependencias han ejercido apenas el 13 % de su presupuesto. ¿Ahorrando para las elecciones?
  2. Dolor, inseguridad, desempleo y crisis económica es lo que ven los obispos veracruzanos cuando salen a dialogar con su feligresía. ¿Qué les estará pasando? ¿También estarán en busca de convenios? ¿Leerán demasiados periódicos? ¿No han entendido el cambio que sólo se nota desde el interior de Palacio? ¿No habrá reclamo para una Iglesia que no reconoce sus logros? Va de tarea.