Dentro del ejercicio de la política, hay un elemento que nos está haciendo mucha falta en estos tiempos en que padecemos las consecuencias de una corrupción galopante, ésa que desembocó en los excesos de Javier Duarte hoy tan frugal desde su modesta celda y su chocarrera huelga de hambre; esa misma que destrozó para los veracruzanos la expectativa de poseer un estado rico, poderoso y feliz.

Ese elemento será la clave para que Veracruz enrumbe por el camino adecuado y podamos emprender la solución de nuestra conflictiva problemática.

Es un elemento que está aportando de manera importante y notoria la diputada local Cinthya Lobato Calderón… tal vez como una moderna versión de don Quijote, o como la voz de aquel que clama en el desierto.

Ese elemento, es la decencia.

Al verla trabajar diligentemente, al escuchar sus denuncias públicas en contra de los excesos de funcionarios y representantes populares, al palpar el apoyo que ha estado dando a personas y grupos vulnerables, tenemos una muestra de que es posible hacer política de una manera digna, honorable, eficiente.

De que en el sector público aún se pueden hacer las cosas bien, de manera que “no sean necesarios más héroes ni más milagros, para adecentar el lugar”, como dice Joan Manuel Serrat (el cantante del pueblo catalán, hoy agobiado por el golpe feroz del fanatismo salvaje, un golpe seco que hizo estremecer sus almas, pero del que han resurgido con la fuerza necesaria para enfrentar al terrorismo, a esta otra violencia inexplicable).

Y precisamente “para adecentar el lugar”, Cinthya está poniendo la muestra desde una posición que podría ser muy placentera (e inútil), desde las entrañas del grupo legislativo en el poder. Como diputada de Acción Nacional, el partido al que pertenece el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, bien pudo adoptar la cómoda costumbre de justificar todos los actos del Gobierno estatal y todas las malas acciones de los diputados de la fracción mayoritaria.

Pero Cinthya trae en su sangre, en su ADN, la decencia… y la valentía. Por eso se atreve a decirle por su nombre a los problemas, y a señalar a quienes se apartan del camino correcto de la gobernanza.

Por eso se ha convertido en una piedra en el zapato de quienes no trabajan con rectitud, de quienes no están cumpliendo su misión histórica en la cruzada para rescatar a Veracruz de la peor tragedia económica y social de nuestra historia.

No es extraño que sea una mujer la que esté levantando la voz y poniendo el ejemplo. No es raro porque esa mitad (más un poquito) emergente de la humanidad está poblada de personas que son más honestas que sus contrapartes, más inteligentes, más dispuestas a hacer el bien, y a hacerlo bien.

La actuación de Cinthya como diputada ha sido una brisa refrescante en medio del desierto de la insensatez. Su voz, quemadura (su voz quema dura, su voz qué madura), señala, condena y exhibe desde la que debiera ser -y a veces es- la más alta tribuna de Veracruz.

Personas como Cinthya, con ese alto sentido social, su sentido de justicia y su honradez, reabren la esperanza de que la política puede volver a ser el arte de hacer el bien a todos, y no la podredumbre en que la han convertido los ávidos, los sin moral.

Esa valentía, hay que reconocerla y aplaudirla, porque luego se nos olvida.

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