La música cesó y, una vez que la peña cerró sus puertas al público, la poesía, la madrugada y, sobre todo, la amistad de toda una vida llevaron al respetable caballero y las tres mujeres sobrevivientes de la noche a desnudar los corazones, desempolvar historias y compartir los recuerdos en torno a la mesita de La Culpa.

Con cada uno de mis versos se fue tejiendo aquella verdad develada en un texto que escribí un seis de marzo de hace no sé cuántos años, fecha en que cumpliría años el Gabo, uno de mis platónicos: “No es un secreto que me gustan los hombres maduros”.

Probablemente la confesión de que mis amores han sido seis, once, diecisiete y, como máximo, veinticinco años mayores que yo, animó al hombre de los cabellos de plata a pedir que compartiera en este espacio la visión respecto de la diferencia de edades en una relación amorosa.

El debate se abrió esa misma noche dejando de manifiesto que para el amor no hay edad, que cuando de ello se trata cada corazón es un mundo diferente, y que en gustos se rompen géneros pues, mientras que para una de las presentes, mujer con 50 años recién cumplidos, la relación ideal es con hombres 20 ó 25 años menores y con fecha de caducidad al año; la morena que suscribe, de 35 años, desde hace 10 tiene claro que los hombres menores o de su edad le desesperan y que, cuando decide amar es para siempre.

En la andanza he tolerado –y a veces no- toda clase de discursos: que llega un momento en que la diferencia pesa, que si algún día decido tener hijos mi pareja será muy grande para ello y no tendrá paciencia para la crianza, que la propia naturaleza se encargará de arrebatarlo de mi lado dejándome sola en la plenitud de la vida, que se aburrirá en mis reuniones o yo en las suyas, que el hombre tiene la edad de la mujer que acaricia pero que en cambio a mí me robarán la juventud, que si parece mi papá o que incluso podría serlo, o que en algún momento necesitará recurrir a la pastillita azul

Por otro lado, vienen a mi mente los viejos amores de un hombre consanguíneo a quien amo, cuya preferencia siempre fue la de las mujeres mayores, teniendo que soportar las mofas de que “andaba con su abuelita”, que cuando quisiera ser padre su pareja ya no iba a poderse embarazar, que las mujeres maduramos más rápido, que se veían “ridículos”, que los hábitos e intereses diferentes les separarían y una larga lista de etcéteras.

El sólo hecho de recordar cada una de las frases inquisidoras exige en mi paladar un trago de tequila y me lleva a preguntarme ¿Quién tiene la verdad absoluta en los asuntos de amores? ¿Quién dicta cuál es la diferencia adecuada, quién debe ser mayor o menor? ¿Quién escribe los cánones de lo que debemos o no disfrutar de la persona con quien decidimos compartir la vida?

En mi caso nunca ha sido el cómo se ven al espejo lo que me conquista de un hombre, sino su inteligencia, experiencia, que me mantenga cautiva e interesada en una conversación por horas o días enteros, que sea un caballero, un amante a la antigua, su aroma, romanticismo y buen humor, que conquistarle signifique un reto que exija poner a trabajar mi cerebro y abrir el corazón; pero a cada quién nos mueven distintas cosas, cada relación es diferente y, en este tema, desde la óptica personal nada está bien ni mal, la única regla que debería imponerse es la de amar y abrirse al amor, sin mayor prejuicio social, sin temor y, sobre todo, disfrutando el aquí y el ahora, porque la realidad es que ningún hombre o mujer tenemos certeza de cuántos años viviremos o si realmente esa relación será hasta que la muerte nos separe.

Concluyo compartiendo la historia de amor mis tíos Lucha y Fernando, pareja con más de 30 años de diferencia entre sí y quienes, como tantas otras de la historia, también vivieron los señalamientos y prejuicios sociales en su momento pero que, a lo largo de más de 40 años de vida juntos han demostrado que el amor verdadero supera incluso la brecha de la edad, dándoles la oportunidad de ver crecer juntos a su hija, entregarla ante el altar, ahora disfrutar de su nieta y celebrar recientemente los 101 años de vida de mi tío quien, con los cuidados, cantos, locuras e infinito amor de mi tía y mi prima, aún baila, canta, se divierte y vale por sí mismo demostrando que, cuando el sentimiento es real, ninguna diferencia importa.

Para EAM, el hombre de los cabellos de plata, en su cumpleaños…

Liz Mariana Bravo Flores

Twitter: @nutriamarina

Xalapa, Veracruz