Faltan 480 días y la recuperación de Veracruz no llega. Mientras, pobres ayudan a pobres.

Preocupa mucho,  endeudamiento, remate, saqueo y apropiación de recursos, servicios y patrimonio público, presentes y futuros.

Inocultables y jugosos negocios propios, familiares o de grupo. Disfrazadas y abiertas privatizaciones, concesiones y adjudicaciones.

Alerta, que más allá de algunas ventajas y contadas oportunidades de su uso, ahora van con  las  llamadas Asociaciones Público Privadas, o  Proyectos Público Privados o como se le quiera llamar,  cuestionadas por las suculentas ganancias,  mismas que propicia y alienta la descarada  complicidad de muchos gobernantes, con sus jefes o socios.

Se sabe, que avanzan y crecen;   como consecuencia, parte de obligaciones y servicios gubernamentales (antes gratuitos), ahora son fuente autorizada de negocios y beneficios  privados.

Mientras, ¿Quién se ocupa de los veracruzanos y los atiende en sus necesidades y problemas crecientes?

Recesión económica, desempleo, pobreza, hambre, inseguridad y crisis financiera gubernamental,  más deuda e inestabilidad. Con enajenación, entretenimiento y distracción.

Y a pesar de todo, los que no aflojan ni se dan por vencidos son los veracruzanos. Con o sin gobiernos; por encima de malos y peores, se esfuerzan y persisten, sobreviven  y contribuyen a la verdadera recuperación de Veracruz.

Tal es el caso del mayor y más efectivo programa de apoyo a los pobres, que ejemplarmente sostienen los pobres,  a los que  no pudimos ofrecer empleos e ingresos dignos, aquí.

Los mismos que migraron y ahora envían remesas a sus familiares. Remesas que según el Banco de México,  para 2016 representaron 1,124 millones de dólares y que, a junio de 2017 aumentaron  6.8 %, llegando a 592 millones.

Lo bueno cuenta, cuando no es cuento.

Esto, no quiere decir que los gobiernos no  hagan esfuerzos y que algunos intentos no deban reconocerse. No sería objetivo ni justo asegurar que no se hace nada; o negar, que en algunos aspectos, cuando menos se han disminuido daños y pérdidas.

Identificar lo positivo es, desde luego, muy importante. No hacerlo implica arriesgar o perder,  lo que ha costado y cuesta muy caro alcanzar o conseguir.

¿Pero  reconocer y defender qué?  Lo que no se sabe e ignora por falta de información  oficial? ¿Cómo hacerlo si opacidad, autoritarismo o excesivo personalismo,  deficiente e incompleta rendición de cuentas,  y  falta de participación ciudadana y social, siguen caracterizando a buena parte de las acciones de gobierno?

Imprescindible garantizar el derecho a saber;  y a la vez, cumplir y hacer cumplir el deber de informar.

O qué, ¿a  crecientes limitaciones y sacrificios, hay que obligar a la población que adivine, reconozca, elogie y acepte lo que no sabe, ni se le informa bien y a tiempo?
¿No es más fácil revisar, actualizar y mejorar la política de comunicación social, que culpar a los medios y a la misma opinión pública?

Además, es fundamental que se reconozca la nueva realidad. Empezando por la importancia, trascendencia e influencia de la revolución tecnológica de las comunicaciones, que todo lo está removiendo, transformando y renovando; y desde luego, que se acepte que se trata de una sociedad y ciudadanía que es otra, que está cambiando y está dispuesta a ejercer sus derechos y libertades, y exigir  cumplimiento puntual de obligaciones v responsabilidades.

En este contexto no cabe el ocultamiento de información, ni la simulación de su acceso público. Tampoco es admisible persistir en el uso y abuso, de la “transparencia faraónica”, misma que basada exclusiva o preferentemente en el acto, discurso y boletín oficial, para la exaltación personal y el servilismo, pretende cumplir y hasta exigir credibilidad y confianza públicas.

La sacrificada población prueba y comprueba, todos los días, que padece y está llena de limitaciones y problemas; y que los hechos demuestran lo contrario o las limitaciones, medias verdades  y falsedades, de lo oficialmente  difundido. Urgen soluciones no declaraciones.

Innumerables formas por las que  trascienden  insuficiencia, error y distorsión de las acciones gubernamentales, que tanto se presumen y se quieren imponer como dogma o incuestionable acto de fe.

Y sobre todo, no puede permitirse ni consentirse la opacidad y la falta de acceso a la información pública, tampoco la rendición de cuentas simulada o distorsionada, así como la obstrucción y oposición a la participación social, para evaluar y calificar permanente y ampliamente, toda acción gubernamental.

Con opacidad,  probado está que se fortalece  incapacidad y perversidad, complicidad e impunidad.

Ineptos y corruptos, ineficientes y delincuentes.

En condiciones adversas y crisis recurrentes o persistentes, como la financiera y la económica, y dado el crecimiento de la ineficiencia y delincuencia gubernamental, es oportuno preguntar: ¿Qué tenemos, Gobiernos malos o peores?

Para encontrar la respuesta, simplemente se debe empezar, por  corroborar  lo  dicho, con lo hecho.

Enseguida, comprobar los resultados y realizar una evaluación confiable, que incluya costos y beneficios sociales. Identificar ventajas, logros y pendientes; errores,  insuficiencias y deficiencias.

Bien  para dar confianza y apoyo, para consolidar el trabajo realizado y avanzar; o, por el contrario, para reprobar y condenar  fracasos, pérdidas y retrocesos, para que se corrija de inmediato lo que se tenga que corregir y se sancione a quien se tenga que sancionar.

Es más, si se sabe que se padece un gobierno malo o peor, entonces hay que empezar por preocuparse y ocuparse del asunto.

Probado esta que la situación no se va a corregir por si sola; menos, al dejar hacer y dejar pasar, porque lo más probable, es que siga incrementando el tamaño del daño,  y a pagar las consecuencias. Urgente gobernar al gobierno, o el daño seguirá aumentando.

Incluso,  en el remoto caso,  que la acción gubernamental sea buena, no se debe olvidar que,  siempre es posible mejorar. Sobre todo si prevalece  actitud preventiva y correctiva.

En fin, hay que asegurarse que el gobierno sirva; que su desempeño sea aceptable;  y que responsabilidad,  eficiencia y  capacidad de respuesta adecuada y oportuna, le caractericen.  Menos rollo y más desarrollo.

Quien quiera oír, que oiga.

No hay peor ciego que el que no quiere ver.

*AcademicoIIESESUV @RafaelAriasH. Facebook:VeracruzHoydeRafaelAriasH