El sonido del río que corre a un costado de la casa hacía la música de esa noche. La hamaca del jardín me mecía de izquierda a derecha mientras contemplaba las estrellas y mi cuerpo era manjar para los mosquitos de la Ciudad de las Palmeras.

La serenidad, propia de la casa de los Abuelos se respiraba por cada poro de la piel. De pronto, con su voz grave y pausada gritó desde la cocina: Güerita, ven y acompáñame con un tequila.

Lo cierto es que no era habitual que me invitara a beber a pesar de que la relación con mi Abuelo fue, además de eso, la de un amigo que conmigo –su nieta irreverente, como me llamaba-, como con ningún otro nieto, se carcajeaba y ponía a jugar como iguales. Di un salto desde la hamaca hasta la sala. Con sus dedos regordetes como salchichas servía el par de caballitos que dieron pie a una de esas tantas conversaciones profundas y trascendentes. Comenzamos hablando de mi socio y la empresa que en aquellos días iniciaba. Recuerdo bien que me dijo que las sociedades pocas veces funcionan como se espera y, haciendo gala de la sabiduría que años atrás pintó de plata su cabello, no se equivocó en la premisa.

Después hablamos de mis amores. En aquellos días parecía que la familia se había puesto de acuerdo para presionar con la afamada cantaleta de que ya estaba en edad de sentar cabeza, encontrar marido, formar una familia, tener hijos, dedicarme al hogar y la crianza por el resto de mis días; sin embargo mi Abuelo coincidió conmigo en que no había prisa por casarme pues esa era –y es- una decisión muy importante, de esas para toda la vida; y soltó un carcajada, de las que sólo me regalaba a mí, cuando le dije que no traía el vestido de novia en la cajuela y que esperaría hasta encontrar al hombre adecuado.

Se hizo un silencio. Sus mejillas se sonrojaron, pero entonces pensé que era por el tequila importado del estado vecino. Te sirvo otra, dijo con voz quebrada, mientras los nervios le traicionaban haciendo rodar los caballitos por la mesa de centro que, décadas atrás, mi Abuela Cristina comprara en Liverpool, su tienda favorita. Rompimos en carcajadas y corrió por un trapo para que el alcohol no manchara la madera.

¿En qué estábamos? Preguntó con tono de broma. Ah sí, en que tengo que hacerte una consulta del corazón. Agucé el oído mientras me confesaba que nadie en la familia sabía que estaba saliendo con dos muchachas que lo enamoraban y que él no sabía qué hacer.

Bebí un trago grande de tequila y antes de pedirle que me describiera a las muchachas Él lo hizo:

Lo más complicado es que son amigas entre sí y ya se pelearon porque supieron que he salido con ambas, pero de verdad que hasta ahora a ninguna de las dos les he propuesto otra cosa más que amistad, pero sí confieso que me ilusiona compartir la vida con alguien. Una de ellas es muy guapa, arreglada, casi no tiene arrugas, pero tampoco platica mucho. La otra tiene un poco más arrugada su piel, pero también es más divertida, con ella voy a los bailes, he sido su chambelán, vamos a comer, a caminar, platicamos y nos la pasamos muy bien.

Por la descripción del cutis de ambas supe que las muchachas eran contemporáneas suyas, y lo comprobé cuando me contó que las conoció en las clases a las que iban los de la tercera edad.

La emoción de saber que, después de casi 15 años desde que mi Abuela murió Él volviera a tener compañía, se iluminaran sus ojos de ilusión y su corazón tuviera un nuevo motivo para latir estremeció mi cuerpo y, el honor de ser la primera en la familia a quien le confiara sus asuntos del corazón y, además, una persona tan sensata como Él me consultara qué hacer, eso definitivamente marcó mi vida.

Aquella noche atiné a decirle que yo no era quién para darle una respuesta porque sus ojos y el tono en su voz al contarme me decían que su corazón tenía muy claro lo que quería hacer. Lo único que, desde mi corta experiencia y mi irreverencia característica, pude decirle fue que pensara para qué quería a una pareja a esas alturas del partido: ¿para admirarla y echar piruetas en la cama? o ¿para compartir la vida y la felicidad?

Sus cejas de Loco Valdés se arquearon sobre sus ojos iluminados. Bebió de un sorbo el resto de su caballito y me abrazó mientras dije en su oído: Vívelo Abuelo y que no te importe lo que diga la familia, porque de sobra sabes que no será sencillo pues a muchos no les va a gustar. Me estrujó con fuerza y, a los pocos días, mis vacaciones en Colima terminaron.

Desde Xalapa di seguimiento a su proceso para conquistar a Alida, la mujer que le provocaba esa luz en sus ojos con sólo hablar de ella, de quien se hizo novio a sus setenta y tantos años y por quien se enfrentó a quien tuvo qué, con tal de defender su amor y casarse a sus casi 80 años.

Mauro, mi Abuelo, fue un ser extraordinario, divertido, sabio, tierno, prudente, discreto… un hombre que, oriundo de Celaya, Guanajuato, platicaba en verso conmigo durante horas. Excelente Padre, Esposo, Amigo y, un hombre que con los años encima me demostró que para el amor no hay edad, que éste llega cuando menos esperas y que, cuando aparece, se desborda por los ojos, por cada poro y se debe defender y cuidar con la vida misma de ser necesario.

Alida es la mujer que le devolvió la vida, que le inyectó energía a mi Abuelo para levantarse de su reposet, apagar el televisor e irse de pata de perro a recorrer Colima y el mundo, a bailar, a disfrutar la frescura de la tradicional agua de Tuba o de un helado, pero siempre tomados de la mano. La mujer que cuando hablaba con ella por teléfono y le decía dale un beso a mi Abuelo de mi parte, respondía, pero por qué me limitas, déjame llenarlo de besos, quien le dio alegría y le cuidó hasta el último de sus días, mismo que fue hoy, hace exactamente un año.

Sin duda hay muchas más anécdotas y enseñanzas de mi Abuelo por compartir, pero de todas, ésta es mi favorita porque los 34 años que pude compartir con Él estuvieron llenos de eso… de amor a pesar de la distancia.

Mientras recuerdo y escribo el réquiem de Mozart suena por mis audífonos y mis lentes se salpican del sentimiento. Aquella fue la última vez que estuve en la casa del río, pero también fue esa una de nuestras pláticas más importantes.

In Memoriam. Mauro Flores Ledesma.

Liz Mariana Bravo Flores

Twitter: @nutriamarina

Xalapa, Veracruz