Son casi las seis. He pasado el día entre colaciones y botanas. Bien puedo detenerme a comer en cualquier sitio pero hoy tengo un poco más de tiempo y, en casa de mis Padres, Mamá cocinó mixiotes. Pocas cosas tan deliciosas como su sazón. Casi puedo sentir el aroma del chile en el que nada el pollo. ¡Se me hace agua la boca!

Conduzco sin pausa en esa dirección pero, en medio de los brincos que da Elegua -mi Jeep- sobre los baches de la Ciudad, una noticia me cae peor que balde de agua helada: No habrá actividades artístico – musicales en la Feria del Libro Infantil y Juvenil Xalapa 2017.

El mundo a mí alrededor se pone en silencio. En la medida que avanzo mi memoria emprende un viaje hasta 1990, año en que, con el propósito de fomentar la lectura, por primera vez el recinto del Colegio Preparatorio de Xalapa albergara a la Feria del Libro Infantil y Juvenil como resultado de una política cultural implementada por la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, CONACULTA.

En aquellos años, en casa escuchábamos todo el día Radio Universidad Veracruzana en el 1550 am. De manera automática se encendía a las siete de la mañana para despertarnos a tiempo para la escuela. En el Programa La Revista, las voces de Carlos Romano y Lupita Páez emitían las efemérides, adivinanzas, canciones y cuentos infantiles intercalados con las principales notas del día, la radionovela y el anuncio de la cartelera cultural.

Fue así como mi hermano y yo nos enteramos que aquel verano en Xalapa tendríamos oportunidad de ir a la Feria del Libro en la que impartirían talleres y se presentarían obras de teatro, grupos musicales, eventos dancísticos, conferencias, presentaciones de libros y además, como parte del programa, convocaban a los niños a un mini-congreso en el que se deberían compartir las ponencias propias sobre temas diversos de actualidad.

Animados por Papá y Mamá, mi hermano Carlos y yo, de 12 y ocho años respectivamente, acudimos al llamado y, con ello, como por arte de magia nuestros veranos se convirtieron en algo maravilloso que, al menos a mí, me cambiaron la vida.

Entonces era una niña por demás tímida, callada, a quien debía prestársele atención para alcanzar a escuchar lo que con mi temerosa voz tendría que decir. ¡Todo me daba pena! Era capaz de pararme en un escenario con una obra de teatro pero fuera de personaje no emitía palabra alguna.

Llegó el momento de elegir a qué talleres quería inscribirme. No lo dudé: Fotografía, radio y televisión –dije a mis padres-. Recuerdo incluso que trataron de persuadirme para elegir otros pues, al menos para los dos últimos tendría que hablar mucho más de lo que solía hacer; sin embargo estaba segura de querer experimentarlo y esa decisión se repitió un año tras otro hasta que ya no fue posible continuar participando por mi edad, pero tiempo después, cuando tuve que definir a qué quería dedicarme de manera profesional por el resto de mi vida, nuevamente tenía certeza: Comunicación –dije esta vez-.

Además de los talleres, mi hermano y yo nos inscribimos al mini-congreso por lo que desde temprana hora debíamos llegar a Clavijero número 24, sitio en el que desde entonces se encuentran las instalaciones de Radio UV. En su auditorio, bajo la dirección de Carlos Romano, Guadalupe Páez, Lourdes Hernández Quiñones y Gigi Oribes, nos reuníamos niños de diferentes edades y escuelas para debatir qué temas queríamos incluir, quién escribiría respecto de algo, la estructura de nuestras ponencias, revisar, corregir, ensayar, además de ayudar con nuestras propias voces a la difusión de la Feria a través de los micrófonos de la estación.

En los pasillos las mamás y los papás esperaban impacientes al no permitírseles que nos ayudaran. Lo anterior con la intención de que tomáramos decisiones propias y nos hiciéramos independientes.

Recuerdo que Carlos decidió escribir de herbolaria en aquella primera edición; por mi parte abordé la temática de Los niños de la calle en 1990, Eclipse Total de Sol en el 91 y Encuentro de dos mundos en 1992.

El último día de la Feria el macro auditorio de la Prepa Juárez se vestía de gala y se rebosaba de personas atentas a lo que teníamos que exponer los niños, quienes subíamos al presídium con la seguridad y pose aprendidas durante el verano, con el dominio de nuestra ponencia y listos para responder cualquier cuestionamiento del público.

Mamá hacía magia para llevarnos y acompañarnos; mientras que Carlos y yo nos hacíamos pedazos con tal de conseguir llegar a tiempo a todas las actividades a las que nos habíamos inscrito, así como cumplir con las tareas, experimentos y avances solicitados en cada una de ellas. Para mantener la tradición de compartir los alimentos en familia, migrábamos la sede de la comida a la camioneta wagoneer de Papá: un refresco acompañaba la  torta, baguette o sándwich que se convertían en el alimento perfecto para aquellos días de verano en que nos faltaba tiempo.

Entre taller y taller podíamos disfrutar de la riqueza de música afrocaribeña, del cuarteto de guitarras, tango, cuentos, música infantil, obras de teatro y, tras el mini-congreso, para clausurar la Feria, se organizaba un gran baile en la explanada del Colegio Preparatorio. Niños, jóvenes, adultos y abuelitos bailábamos llenos de júbilo por la gran oportunidad de vivir un verano empapados de cultura, de experiencias enriquecedoras, arte, aprendizaje y nuevas amistades.

Casi estoy por llegar a casa pero no puedo más, detengo el Jeep. Las imágenes bajan una tras otra a mi mente: los rostros de nuestros amigos con quienes coincidíamos cada verano, de las autoridades que nos cuidaban y nos orientaban, la música, las obras de teatro, los títeres… Y pese a que en ediciones posteriores ya no hubo quién quisiera hacerse cargo del mini-congreso, el cartel artístico seguía siendo de primer nivel.

Mamá me espera con un mixiote pero, ¿cómo digerir que por un recorte de presupuesto equivalente a 34 millones de pesos los xalapeños este verano no tendremos actividades artísticas en el marco de la Feria? ¿Cómo deshacerme de este nudo en la garganta que me deja sin apetito? ¿Cómo contener tantas emociones? Todo aquello me formó, fue en la Feria del Libro Infantil y Juvenil que año con año fui perdiendo un poco el miedo a expresarme al grado de decidir dedicar mi vida a la comunicación y a la cultura.

Los niños feria, como nos identificamos hoy somos adultos de bien, trabajadores, talentosos y, sobre todo, sensibles. Estoy segura que, en mucho se lo debemos a este evento.

¿Qué sigue? ¿Qué tenemos que hacer para que las autoridades se den cuenta de que el presupuesto destinado a la educación, arte y cultura es una inversión que más temprano que tarde forma mejores sociedades? Tengo clara la respuesta, y eso me enfada aún más.

Respiro por unos minutos. Me tranquilizo. Por lo menos no extinguieron del todo la Feria y este año, del 21 al 30 de julio tendremos la edición número 28.

Poco a poco regreso, en la radio suena Tu silencio de Bebe, señal de que se acabaron las noticias y, por ende, pasan de las siete. Retomo la ruta con velocidad pues, hace rato que llegó un mensaje indicando que me Mamá me espera con la comida lista.

Liz Mariana Bravo Flores

Twitter: @nutriamarina

Xalapa, Veracruz