El más frívolo de los presidentes que ha tenido México, José López Portillo (1976-1982-PRI), usó como lema de campaña política esto: “La solución somos todos”, invitándonos a redoblar esfuerzos, “apretarnos el cinturón”, entregar nuevamente la confianza; a involucrarnos en un nuevo amanecer. Pero 41 años después hemos seguido buscando la “solución” para terminar con la terrible corrupción que nos agobia.

Y no es que durante ese tiempo fuésemos escasos de entendimiento, ciegos o estúpidos (pendejos, pues). Asumimos, al tropezarnos con ejemplos evidentes de corrupción policiaca, política, administrativa, religiosa, etcétera. Pero López Portillo también acuñó la frase “la corrupción somos todos”. Y antes de que le entrara de lleno al lodazal, tenía razón en declarar sobre la corrupción imperante entre funcionarios públicos, alcaldes, diputados, senadores, gobernadores, regidores, secretarios de gabinete, ejército, la mafia (por eso hay tantos muertos), periodistas, maestros, sindicatos, empleados burócratas, principalmente; matrimonios, y en fin. La corrupción recorre el mundo. Se refleja más en el enriquecimiento inexplicable, sobre todo en hombres que ostentan el poder como los gobernadores y sus cómplices.

Lo más reciente: la casa blanca de Peña Nieto y su esposa; la compra de votos en Estado de México; los exgobernadores de Coahuila, Veracruz y Quintana Roo, junto con sus colaboradores cómplices; la diputada Eva y su festín; Cinthya Lobato y los chismes de corrupción en la Legislatura y tantas otras actividades de corrupción que ya todos las sabemos y que la prensa se encarga de estar refregando todos los días. Esto de la corrupción es un tema de nunca acabar. Por eso México ocupa un lugar preponderante en el concierto de las naciones. ¡Vaya honor!

Pero, ¿sabe usted cuándo empezó la corrupción en México?

Roberto Blanco Moheno, novelista, historiador y periodista, (trabajó muy joven, como periodista  en el “Batalla”, que fue el órgano estudiantil de la Universidad. En 1941 fue redactor en la revista ‘Hoy’ y para el semanario ¡YA!; colaboró para los diarios El Universal, Excélsior y la revista Siempre, de Pagés Llergo) nació en 1920 en Cosautlán de Carvajal, Veracruz y  falleció en la ciudad de México el 12 de enero del 2001, escribió un libro (entre los 17 que publicó) que tituló “La Corrupción en México” y precisamente se lo dedicó a López Portillo.

Y así comienza: “Aseguran por ahí que, después de largas y pacientes investigaciones, se ha llegado a saber lo del tesoro de Cuauhtémoc. Cuentan, pues, que, contra lo que dice la romántica y heroica leyenda del último emperador azteca, una vez caído el joven rey en manos de Hernán Cortés, éste, con su peculiar avidez de oro, con su relampagueante comprensión de las circunstancias, por novedosas y extrañas que fueran, hizo conducir a nuestro antepasado indígena a su flamante, magnífica casona de Coyoacán y ordenó que se le diera el horrible tormento de la pira.

Pero cuidó de que, salvo el verdugo extremeño de su total confianza y el indispensable intérprete, no entrara a la pieza persona alguna más, ni española ni aborigen; y dicen que, contra lo que exalta la heroica romántica leyenda, nuestro “joven abuelo”, valiente entre los valientes en el campo de batalla, no pudo soportar el atroz martirio y empezó a gritar de furioso dolor. Cortés sonrió diabólicamente:

-¡Así está bien!  –exclamó volviéndose al intérprete-. Dile a tu rey que si quiere que le quite la lumbre de las plantas de los pies, me diga, ¡pero ya!, dónde tiene escondido el tesoro.

El intérprete, arquetipo del funcionario mexicano, tradujo a su rey fielmente las palabras del gran capitán español, el deseo de don Hernán  y la condición para aliviarlo del suplicio. Cuauhtémoc cedió por el terrible dolor.

-Dile al hombre blanco –bramó-, díselo con toda claridad en su maldita lengua, que el tesoro está en unas grutas que hay abajo del Valle de Cuauhnáhuac, grutas que se llaman de Cacahuamilpa; que, entrando por el centro, camine doscientos pasos y verá, sobre su mano izquierda, una como grandísima figura de hombre. Detrás, marcado con un montoncito de piedras, está el lugar donde se enterró el tesoro. ¡Y dile que quite ya de mis pobres pies esa maldita lumbre!

El funcionario mexicano, el señor intérprete, asimiló a la perfección lo que dijo, o bramó mordiendo el dolor, su rey, y volviéndose hacia el ‘teule’, le dijo:

-Dice mi rey y señor Cuauhtémoc que tú eres hijo de una mala mujer, Malinche; que chingues a tu madre y que ya puedes darle todo el tormento que quieras porque no va a decirte dónde está el tesoro, porque es mucho, pero mucho más hombre que tú; que si quieres dinero, trabajes y te metas ese dinero por…

El intérprete fue silenciado por los desaforados, furiosos gritos de Cortés:

-¡La mala será la madre de este indio pendejo! ¡A ver, que traigan otras tres cargas de leña, que no le van a quedar patas a este indio cabrón!

Mientras Cortés seguía vociferando, enloquecido de furor, el intérprete se hizo chiquito, chiquito, fue avanzando con pasitos sin ruido –descalzo, el pobre-, hasta salir a la calle. Entonces fue que echó a correr, sin detenerse un momento, hasta las grutas de Cacahuamilpa…”

Todos, mexicanos, veracruzanos o no, en mayor o menor medida, hemos incurrido –o incurrimos de manera cotidiana- en actos de corrupción. O, ¿usted no es corrupto?, entonces arroje la primera piedra.

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