Los acosos bancarios por la vía telefónica empezaron desde 1995, poco después del Error de Diciembre del 94 del infumable presidente Ernesto Zedillo, cuando todos los mexicanos nos convertimos en deudores morosos de los bancos.

(Lo que son las cosas: aunque el Gobierno les pagó a las instituciones financieras los adeudos ciudadanos con el Fobaproa, todos tuvimos que volver a cubrir las deudas, por obra y gracia de la corrupción institucional).

Fue cuando empezaron las llamadas telefónicas a deshoras, en las que una persona de acento extranjero, desde un call center del Caribe o de Sudamérica, nos recordaba que teníamos que pagar las fabulosas cantidades en que se habían convertido los préstamos.

Y si no estábamos en casa, nos dejaban el recadito con nuestros pequeños hijos o con la preocupada esposa o con la indiscreta sirvienta (que luego iba y contaba a toda la cuadra que el banco nos iba a meter al bote porque éramos mala paga).

A partir de esa inhumana práctica, hubo innumerables divorcios y hasta suicidios de personas abrumadas por su situación económica y por la pérdida de sus bienes y el bienestar de su familia.

A grado tal llegó la situación, que las autoridades se vieron obligadas a poner un hasta aquí a los desalmados despachos de cobranza, y se reguló, por ejemplo, que no se podían hacer llamadas entre las 11 de la noche y las 7 de la mañana, ni en días feriados, y se tomaron algunas otras medidas para evitar las coerciones.

Como siempre, los trusts económicos le dieron la vuelta a la normatividad y siguieron acosando a los millones de deudores de préstamos hipotecarios, personales y para adquirir vehículos. No obstante, sí bajó el tono de las llamadas y se respetó el horario, de modo que todos los días hábiles a las 7 en punto de la mañana en muchos hogares mexicanos empezaba el repiqueteo de los teléfonos y la preocupación de muchos padres de familia comprometidos con su familia y cuidadosos de su prestigio personal.

La cosa es que los bancos siempre han cobrado a los que les quedan a deber, y lo hacen de una manera acosadora.

Pero ahora a algún genio de la cobranza se le ocurrió inventar una nueva forma de acoso, que consiste en que como usuario de algún servicio bancario, ahora recibes llamadas ¡antes de que les debas!

Ring, Ring, Ring (o “tururú tururú”, o “tata tatata”, o “lala lalá”, según el timbre que hayas escogido para tu celular) suena tu teléfono, contestas, y una voz te pregunta desde el otro lado si eres el señor Juan N, y si tienes una tarjeta de crédito con el banco tal, que tiene la terminación xxxx.

Obvio, contestas que sí, y de inmediato la señorita o el joven te dicen con voz candorosa que “solamente faltan cuatro días para que tenga que pagar su tarjeta, así que se lo recordamos para que no se le vaya olvidar, a usted que es tan pulcro para cubrir sus deudas en tiempo y en forma”.

La respuesta lógica (aunque no la más usual, que es impublicable por razón de las buenas costumbres), es que el cliente conteste que tiene en mente el dato, y que el día acordado pasará a hacer el depósito.

Y entonces la señorita o el joven, todos decencia y buenas costumbres telefónicas, te responden: “Entonces contamos con su pago para dentro de cuatro días, ¿verdaaaad?”, y te lo espetan con un tono que deja entrever las torturas del purgatorio a las que te puedes ver sometido si cometes la terrible insensatez de no pagar a tiempo.

Esas llamadas las hacen varias veces al día y durante varios días.

Antes, los bancos te cobraban lo que debías, ahora te cobran hasta lo que apenas vas a deber.

Al acoso, le han encimado el pre-acoso.

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