—Qué bueno que llegó, maestro, porque ya me estaba desesperando de estar solo en la mesa de esta concurrida cafetería —el filósofo se había retrasado poco más de media hora, lo que era insólito en sus costumbres.

—Te pido que me disculpes, pero el tráfico estuvo, si eso es posible en esta ciudad caótica, peor que todos los días, y no obstante que salí con toda antelación de mi casa, se me hizo irremediablemente tarde, sentado en el asiento delantero de un taxi —me contestó con un reflejo de alivio cuando logró sentarse por fin en la silla que lo esperaba desde hacía rato.

Pidió un té de manzanilla -según él, es el único que vale la pena tomar-, esperó unos minutos en silencio mientras su cuerpo se acomodaba a la temperatura de la sombra… y me asestó el primer dardo:

—Bueno, Saltita, pero “solo” no estabas, porque siempre he pensado que te sabes hacer compañía muy bien. A ti te quedan al pelo los versos de Machado el bueno, que es Antonio: “Converso con el hombre que siempre va conmigo./ Quien habla solo, espera hablar a Dios un día./ Mi soliloquio es plática con ese buen amigo,/ que me enseñó el secreto de la filantropía”. O los de don Félix Lope de Vega y Carpio, también inmortales: “A mis soledades voy,/ de mis soledades vengo,/ porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos.”

Obvio, no le iba a conceder la razón tan fácilmente, así que le repliqué:

—Mucha y muy buena poesía, maestro, pero mientras esperaba a que llegara usted, sentía muy pesada la mesa vacía. Ya sabe que no me gusta llenar la soledad con el acompañamiento artificial del celular, así que estuve casi media hora con la mirada perdida y los pensamientos al garete, en medio del barullo de tantos que sí tenían con quién conversar. Y mire que lo aprovechaban a modo, mientras yo me sentía cada vez más inquieto, no por su tardanza sino por la sensación creciente de sentirme aislado.

—Y qué es la soledad, habría que preguntarse antes. Porque muchas veces uno se siente perdido cuando está rodeado de sus amigos y otras goza la percepción de sentirse acompañado, aunque esté en un paraje solitario, sin nadie cerca. Yo considero que la compañía de otros seres humanos está sobrevalorada en un mundo en el que somos tantos de nuestra especie que ya no cabemos en él. La soledad, en verdad te lo digo, se ha convertido en un lujo, porque vivimos entre miles de millones de semejantes y nos vemos obligados a interactuar con muchos de ellos a causa de los enormes avances en el campo de las telecomunicaciones y de las cada día más eficaces técnicas psicoterapéuticas que nos impulsan a mejorar nuestras interrelaciones.

El pensador recorrió con su vista las otras mesas, como invitándome a que me diera cuenta de que el ruido de las conversaciones también nos hacía compañía.

—Nadie nos ve ni nos toma en cuenta, es cierto —reconoció al ver mi desazón como respuesta a su encargo—, pero busca en tu interior y encontrarás que te sientes protegido junto a tus semejantes, arropado simplemente por su presencia.

En este momento, el Gurú interrumpió la charla, dio por terminado el encuentro y me instó a que nos fuéramos a nuestras casas, porque…

—A como está la vialidad, apenas tendremos tiempo de llegar a nuestros respectivos hogares para la hora de la comida. Mañana seguimos la plática, mi estimado discípulo, porque el tema da para mucho más.

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