A propósito de la marcha del pasado domingo, de la unidad de quienes nacimos y habitamos este país o en contra de Donald Trump, ya vimos que los mexicanos aman las formas suaves, algo así como pégame pero que no se me noten los golpes. Nadie se ofendió porque el gobierno de Barack Obama deportó a más de 2.8 millones de connacionales durante su gestión, la cantidad más alta de la historia.

Hoy hay crisis de histeria, alentada por algunos medios de comunicación, por lo que califican como ataques en contra de los mexicanos. Sin embargo, los hechos los desmienten. Al cierre de enero se deportaron unos mil mexicanos menos que el mismo mes del año pasado, es decir, la administración de Obama deportaba a un ritmo más rápido que Trump.

El mexicano promedio está convencido de que Trump es enemigo de México; sin embargo, no hace nada que no haga el gobierno de nuestro país: defender los empleos de los mexicanos, generar la mayor cantidad de fuentes de empleo, luchar en contra de la delincuencia organizada y buscar que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte beneficie más a los mexicanos que a cualquier otra nación.

Hay entre los mexicanos promedio una exótica soberbia, según la cual, todos tienen que hacer por México lo que le conviene a los mexicanos.

Responda honestamente a las siguientes preguntas: ¿Por qué Estados Unidos tiene que recibir a ilegales que no fueron invitados a su país y darles lo que el nuestro les ha negado? ¿Por qué tiene que ceder ventajas para ellos a favor de nosotros? ¿Por qué no pueden construir un muro si es su deseo?

Los mexicanos promedio son, de cierta manera, una suerte de atenidos que esperan que los demás hagan por ellos lo que ellos no pueden hacer para sí mismos.

Para intentar justificaciones, inventan historias como que Estados Unidos pierde más o que los mexicanos que viven ilegalmente allá hacen trabajos por muy poco dinero, lo que sin lugar a dudas debe ser parte de una oda a la ilegalidad.