Así como un arquitecto tiene que hacer su propia casa porque le resultaría inadmisible vivir en un espacio diseñado por otra persona, Rudyck Vidal, para ser completamente él, construyó su propio hogar, el lugar donde se siente cómodo y pleno, Adderesound, una agrupación que sintetiza todos los pasos que ha dado el bajista, pianista y compositor.
Largo y sobre todo muy variado ha sido el camino del músico acapulqueño. Actualmente reside en Nueva York y desde allá, gracias a las maravillas de la tecnología actual, me hizo llegar una extensa grabación en la que detalla las experiencias musicales que lo han colocado en el lugar que está.
Esta es tercera jazzeada, tercera… ¡Comenzamos!

Sole, tanto sole

Soy Rudyck Vidal, soy originario del puerto de Acapulco. Mi papá es cubano, de La Habana, y mi mamá es del DF. Mis abuelos paternos eran pintores, mi abuela se llamaba Antonia Eiris y mi abuelo se llamaba Manuel Vidal, ya fallecieron los dos. Por parte de mi mamá, mi abuelo se llamaba Emiliano Espinoza, ya falleció, era contador, y mi abuela, que aún vive, se llama Francis Pino, ella es socióloga y poeta. Mi mamá es educadora, estudió piano, mucho tiempo vivimos de que ella daba clases de piano, daba clases de música en escuelas, también es terapeuta.

Cuba, qué linda es Cuba…

Siempre hubo una conexión grandísima con Cuba en mi vida, desde que era chiquitito, pero no precisamente porque mi papá fuera cubano sino porque mi abuela Francis tenía una agencia de viajes hace muchos años y hacía los vuelos con Cubana de Aviación entonces volaban mucho para Cuba, tenían mucho contacto con los cubanos y, además, cuando traían a México a gente como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Irakere, mi abuela hacía los vuelos. Mis papás se conocieron porque mis abuelas eran muy amigas y también por eso se metió mucho la cultura cubana a mi familia, sobre todo el gusto por la música, por el jazz latino y por todo lo que encierra ese país.

…el que la escucha la quiere más

Cuando mi abuela iba a Cuba, le decían llévate esto y era lo que se escuchaba en la casa: son tradicional cubano, el chachachá de la orquesta de Enrique Jorrín, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés. También se escuchaba a Juan Luis Guerra, Auté, Joaquín Sabina. Mi abuelo materno escuchaba muchos boleros: Benny Moré, Los Panchos, Álvaro Carrillo, José José. Mi abuela es de Chilpancingo y hasta la fecha escucha mucha música tradicional de Guerrero, uno se sube su coche y pone sus chilenas guerrerenses y los sones de la costa, eso es lo que le gusta a ella.

Fun in Acapulco

Cuando yo era niño era muy extrovertido (hasta la fecha lo soy), era un niño que no le tenía miedo a nada, era un niño al que le gustaba bailar, jugar, recitar; no me daba pena nada. Cuando era pequeño le decía a mi mamá:
-Cuando sea grande, quiero ser loquero
-¿Cómo que quieres ser loquero?, ¿quieres ser psiquiatra?
-No, no, no, quiero ser como es el que sale en la tele (me refería al Loco Valdés) haciendo reír a la gente
-Ah, tú quieres ser comediante
-Ándale, yo quiero hacer reír a la gente.

Con mi mamita me voy / hasta la capital…

Viví en Acapulco como hasta los cuatro años y luego nos mudamos al DF, ahí nació mi hermana. En el DF mi mamá daba clases de piano y siempre me decía te voy a enseñar a tocar el piano porque se ve que tú tienes talento y yo le decía no, estás loca, tú no me vas a enseñar, porque no me gustaba que me gritara.
Ella tenía sus alumnos y yo escuchaba lo que tocaban y miraba las caricaturas en la tele, y cuando los niños terminaban la clase, yo bajaba, abría los pianos (siempre hubo dos o tres pianos verticales en mi casa) y trataba de tocar las melodías que escuchaba que tocaban los niños. Luego me sentaba y trataba de tocar de oído los temas de las telenovelas que veía mi mamá o los temas de las caricaturas que a mí me gustaban, eso era como una diversión para mí.

A veces íbamos a Cuba a ver a mi papá con la decisión de vivir ahí con él, pero la situación familiar y la situación del país no eran muy buenas entonces mi mamá decía no, vámonos para México y nos regresábamos, pero algo aprendía yo cuando íbamos, me gustaba ir, hacía mucho calor (risas).

Olé

Un día salió mi mamá con que nos íbamos a España y nos fuimos, vivimos un año allá, yo estaba en sexto de primaria. No nos fue muy bien económicamente porque allá no hay trabajo para los extranjeros, mi mamá nunca pudo hacer lo que había estudiado así que se la pasaba cuidando viejitos, limpiando casas, haciendo mil cosas para sacar adelante a sus dos chamacos. Yo cuidaba a mi hermana, estudiaba lo que podía y me la pasaba jugando y viendo flamenco en la tele, bailaores, cantaores, guitarristas, y toros, y hasta le llegué a agarrar la onda a eso de los toros, ahora ya no me gusta.
Como no teníamos nada, una vecina nos ayudó mucho y nos invitó a una iglesia cristiana, ahí la gente era muy buena, nos ayudaron muchísimo económicamente para pagar la renta y todo eso. Me acuerdo que había un campamento para los jovencitos que iba a ser fuera de Valencia y yo estaba loco por ir pero mi mamá me decía ¿cómo te voy a pagar ese campamento si a veces no tenemos ni qué comer? Yo tenía muchas ganas de ir entonces los hermanos de la iglesia se cooperaron entre todos y me pagaron el campamento. Fui y ahí conocí a un guitarrista de flamenco que se llama Benjamín Santos, él fue la primera persona a la que se le ocurrió ponerme una guitarra en las manos, me dijo mira, te voy a enseñar a tocar una línea de blues, y me enseñó a tocar un blues súper tradicional, así como de B. B. King, medio rockero, me dijo pon los dedos así y ráscale aquí y acá, me volví loco con eso.
Tengo recuerdos musicales de ese campamento que hasta la fecha se me hacen impactantes, me acuerdo que en la habitación en la que estaba había un montón de chamacos de todos lados, yo era mexicano, había africanos y gitanos y me acuerdo que los niños gitanos se ponían a palmear y a cantar y yo me quedaba pasmado viéndolos, era increíble para mí ver que para ellos era algo súper natural.
Después de que me pusieron la guitarra en las manos, al lugar donde llegaba decía:
-¿Tiene una guitarra?
-Sí
-Préstemela
Me prestaban la guitarra y estaba duro y dale queriendo sacar el blues porque me gustaba cómo sonaba. Me gustaba tanto que le dije a mi mamá:
-Cuando regresemos a México, quiero ser músico
-Bueno mijo, yo te voy a ayudar, vamos a echarle ganas y que Dios te bendiga

Me voy pa’l pueblo, hoy es mi día…

Nos regresamos a México y nos fuimos a Chilpancingo, al otro día de que llegamos pregunté por alguien que me enseñara a tocar la guitarra y me dijeron allá en el monte, en el barrio de San Mateo, hay un señor que te cobra 20 pesos la clase, qué caro, dije en aquel tiempo (risas). Fui con él, no recuerdo ahora su nombre, y era todo lírico, me decía ve cómo le hago y tócale. Me enseñó a poner los acordes, a acomodar las manitas y me enseñaba a tocar y cantar puros boleros, para poder aprender que otra canción, tenía que tocar y cantar la que me había puesto. Después de que me aprendía bien lo de la guitarra me decía bien, ahora tienes que aprenderte el requinto, me daba una guitarra chiquita, que estaba afinada una quinta arriba, y me lo enseñaba.

Chilpancingo es como un valle, son puras montañas pero yo vivía abajo entonces iba todos los días en mi bici hasta arriba a mi clase de guitarra. Estuve estudiando con este señor como dos años, me gustaba mucho ir pero llegó el momento en que le dije al maestro que ya quería aprender otra cosa porque ya estaba yo en la secundaria y empezaba la onda del rock, todo mundo escuchaba a Café Tacuba, a Plastilina Mosh, a los Caifanes, a Marilyn Manson y yo estaba en una iglesia cristiana donde tenían su música y también era con guitarra eléctrica. Le dije a mi mamá que quería una guitarra eléctrica y ella dijo bueno, pues vamos a ver cómo le hacemos y te la compro.

Allegro grazioso

Cuando llegamos a Chilpancingo, curiosamente llegamos a vivir al lado de unos payasitos y me cayeron como anillo al dedo porque un día me dijeron ¿quieres que te enseñemos cómo es este rollo de los payasos para que hagas reír a la gente? Sí, enséñenme. Me enseñaron a maquillarme, me pusieron un nombre de payaso, yo era «Bogotito», me llevaban a las fiestas para que aprendiera, me enseñaron un montón de cosas.
Antes de irnos a España, mi mamá me metió a clases de teatro entonces me movía demasiado en el escenario porque fue lo que me enseñaron pero los payasos decían no, aquí te tienes que estar quietecito y ver qué está pasando con el público porque aquí no hay un guion, tienes que improvisar. Tienes que estar súper pendiente de todo porque tienes que divertir a la gente con lo que está pasando.
Lo logré tan bien que mi mamá me dijo ya no va a ir nunca más porque ya me mandaron a decir los maestros de la escuela que ya los tienes acatarrados porque de cada cosa que dicen, tú les haces un chiste y no estás yendo a estudiar. Tienes que ponerte al tiro, lo que aprendiste con los payasos, qué bueno pero dales las gracias y despídete. Se acabó mi vida de comediante, pero cumplí mi sueño.

Oh, my god, qué bajo he caído

Después entré a una iglesia cristiana donde estuve sirviendo como siete años, desde que llegué me gustó mucho porque tenían una guitarra eléctrica y alguien que la tocaba. Yo quería tocar en el grupo porque quería tocar la guitarra eléctrica y cuando lo logré me dijeron ¿sabes qué?, falta alguien que toque el bajo. Bueno, dije, yo lo toco, al fin no ha de ser tan difícil porque nada más tiene cuatro cuerdas.
Cuando me dieron el bajo me di cuenta que ese instrumento era el que mandaba a todos los demás aunque nada más tuviera cuatro cuerdas, que era el que decía esto es para acá y esto es para allá, y la armonía es por este lado, y ahora va a ser para acá. Me empezó a gustar y empecé a clavarme a tocar el bajo y cuando ya lo empecé a tocar un poquito más decentemente me dijeron ¿sabes qué?, ahora tienes que enseñarle a tocar el bajo a tu primo y tú tienes que pasarte al piano porque ya no hay pianista.
Al final, tocaba todo en esa iglesia (risas): cantaba, tocaba el bajo, tocaba el piano, tocaba la batería, yo dirigía todo. Hacía y deshacía pero como Dios me daba a entender, en aquel tiempo no Internet, no había YouTube, solamente podía aprender con gente que conocía y los videos que me pasaban.

Qué lástima Margarito, no hay contrabajo

Chilpancingo no era una ciudad con una historia musical muy fuerte, quizá tradicionalmente sí pero no era lo que yo estaba haciendo en ese momento. Abrieron una escuela que se llamaba Margarito Damián Vargas, hice el examen de admisión, quedé, pero oh, sorpresa, yo quería tocar el contrabajo pero no había, nada más había chelo. Dije:

Rudyck Vidal (Foto: Triana Antonia Vidal Espinosa)
Rudyck Vidal (Foto: Triana Antonia Vidal Espinosa)

-Pues me espero a que haya contrabajo
-Pero va a tardar
-No importa
Llegó el contrabajo pero no había maestro, pero había un maestro de percusión, cubano, que me dijo:
-Oye chico, yo te puedo enseñar a tocar el contrabajo, no sé mucho pero te puedo enseñar lo poco que sé
-Pues enséñame lo que puedas porque yo tengo que aprender
Me enseñó a acomodar las manitas, me enseñó lo que sabía en dos meses aproximadamente y después me dijo ya no sé más (risas), pero si quieres te puedo enseñar a tocar la percusión. Bueno, pues enséñame lo que yo pueda aprender de la percusión.

Oye cómo va

Me empezó a enseñar: mira, esto es el chachachá, esto es el danzón, esto se estructura así, esto se estructura así, este canto es por acá, este coro es esto. Fui aprendiendo pero yo quería tocar el contrabajo también porque había un maestro que me daba clases de solfeo que se llamaba Olimpo Carvajal, era pianista, tocaba un poquito de jazz y a mí me gustaba mucho. Me regaló su disco y yo estaba loco porque el maestro tocaba jazz. Una vez me pasó unos discos, uno de Michel Camilo que se llama True my Eyes, fue el primer disco que tuve de jazz, y uno de Makoto Ozone que se llama Nature Boy. Los copié en casete (risas) porque en aquel tiempo no se podían quemar.
Me sabía de arriba abajo cada uno, el de Makoto Ozone era con John Patitucci y Peter Erskine, y el de Michel Camilo era con Anthony Jackson y Horacio «el Negro» Hernández. El que más entendía era el de Michel Camilo, era muy complicado pero yo estaba familiarizado con esos ritmos.

Eyyyyyyyyyyyy, familia

Armamos un grupito de danzones con el maestro cubano y con un pianista que se llamaba Emanuel Garibay, tocábamos danzones y chachachás. Yo seguía loco por querer aprender a tocar el contrabajo porque yo veía tocar jazz y quería tocar eso entonces me dijeron ¿sabes qué?, hay un maestro en la Orquesta Sinfónica de Acapulco que es muy bueno ¿por qué no hablas con él para que te de clases de contrabajo? Era el maestro Alejandro Durán, un día fue a tocar la orquesta sinfónica al centro de Chilpancingo, fui a verlo y le dije oiga Maestro, yo quiero tomar clases con usted.

Heart Of The Bass

Me aceptó y fui, durante un año, todos los fines de semana a Acapulco a la clase de contrabajo. Iba, tomaba la clase y me regresaba. Me acuerdo que el maestro me decía si tú estudias, yo no te cobro; me salió barato porque sí estudiaba (risas). Después se fue para México, yo le quise seguir la pista, fui a verlo a la Escuela Superior de Música dos o tres veces pero era ya muy difícil para mí ir desde Chilpancingo hasta la Ciudad de México. Llegó un momento en que ya no sabía yo qué hacer y uno de mis compañeros de la escuela de música me dijo oye, me voy a ir para Xalapa porque mi maestro se va a ir para allá, si quieres, date una vuelta para ver si te gusta.

(CONTINUARÁ)

VER TAMBIÉN: Adderesound, un sonido hecho en molcajete
SEGUNDA PARTE: Xalapa, entre renegados y picudos
TERCERA PARTE: Yo soy quien soy…
CUARTA PARTE: Adderesound. ¿Cómo le hicieron?


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