Sin que muchos lo sepamos a ciencia cierta, nuestra vida pende de un hilo sobre la viabilidad de nuestro torrente sanguíneo. En la medida en que nuestra sangre corre más o menos libremente por las venas y las arterias del cuerpo, el riesgo de una enfermedad cardiovascular (una de las principales causas de muerte en adultos en México) sube o baja.

La cantidad de grasa que tenemos acumulada en nuestras venas dificulta el funcionamiento de nuestro sistema circulatorio, y hay dos tipos de ella: los triglicéridos y el colesterol malo (lipoproteínas de baja densidad o LDL), porque hay un colesterol bueno, (lipoproteínas de alta densidad o HDL) que ayuda a eliminar los lípidos de nuestras arterias.

[Por cierto, la idea de mantener bajos los índices de grasa sanguínea se ha terminado por convertir en una obsesión hasta para quienes tienen controlado ese departamento de su salud. La venta de astatinas, que son el mejor medicamento alópata para reducir las grasas, se ha convertido en un negocio de miles de millones de dólares para los laboratorios británicos y gringos. Para vender aún más, los gigantes farmacéuticos presionan para que se reduzcan los niveles aconsejables de colesterol. Antes, con 250 puntos alguien se consideraba libre de riesgo, pero ahora están saliendo estudios “muy serios” y avalados por universidades de prestigio que dicen que lo más aconsejable es tener menos de 200, e incluso hasta 150. Mi médico de cabecera, el Doctor House xalapeño Miguel Iván Hernández, a quien le debo la vida varias veces, me dice que en realidad los niveles permisibles de colesterol se deberían establecer por métodos estadísticos y atendiendo a la organicidad de cada paciente en particular, en lugar de andar obligando a personas sanas a que tomen medicamentos que son muy caros y a que lleven dietas que en realidad son innecesarias.].

Bueno, y todo esto lo traigo a colación porque así como la vida de cualquier persona pende de su sistema circulatorio, la de una ciudad -constituida y hecha por humanos- también se asienta sobre su vialidad, sobre la capacidad en que fluyan los elementos que la nutren, que la informan, que la mantienen.

Una ciudad obstruida, una ciudad bloqueada, es una ciudad muerta. La vida de Xalapa pende del hilo de sus arterias taponadas por el colesterol de los iracundos, por los triglicéridos que dejan los indignados -con justicia- que reclaman -de manera injusta- en las calles, avenidas y carreteras.

Por eso este martes 22 ha sido muy bueno que los manifestantes de 10 sindicatos magisteriales que exigen el pago de sus salarios no hayan bloqueado las avenidas y las carreteras, y mejor hayan tomado las oficinas, que es donde verdaderamente le duele a los funcionarios que deben acelerar los recursos para que las quincenas lleguen en tiempo y forma, para que se entreguen completas y a quienes las merecen.

Sé que soy un optimista incorregible y que debo estar consciente de que los bloqueos van a seguir en Xalapa al menos durante los días que le restan a este sexenio malévolo y desperdiciado, pero quiero mantener la esperanza de que será suave la garra de líderes, que entenderán finalmente que sus movimientos en la calle no tocan ni con el pétalo de una rosa la tranquilidad de los funcionarios que se quedaron a soportar las quejas y los insultos (los otros, los que depredaron sin compasión, salieron huyendo y piensan que el brazo de la justicia no les alcanzará, pero están equivocados).

Bien por los maestros que han tomado la SEV y Finanzas; bien porque han dejado que Xalapa transcurra al menos por un día. La ciudadanía se los reconocerá con un apoyo popular a sus exigencias. Y eso es lo mejor de todo.

¿Entienden?

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