La verdad es que la rabia se enseñoreó de mí… y me dejé llevar. Un taxista se me cerró de manera salvaje y estuvimos casi a punto de chocar, todo porque él quería adelantar en la fila unos metros.

“¡Tonto, estúpido, imbécil!”, fueron los gritos que salieron de mi boca, sin que yo pensara en otra cosa que no fuera mi enojo, mi justo enojo.

—Espero sinceramente que este efluvio de tus pasiones te sirva de algo —me dijo el Gurú cuando terminé de lanzar mis improperios y vimos que el conductor se alejaba por una calle transversal—. Empero, dejarte dominar por tus emociones no es siempre lo mejor. Como especie, somos los únicos animales que podemos dominar nuestras reacciones, y por ende hacer eso es una muestra de humanidad. A contrapelo, debo aceptar que somos los únicos ejemplares del reino animado que no aprendemos necesariamente de la experiencia directa, y por eso somos los únicos que solemos cometer el mismo error dos o más veces.

—Vaya, maestro, ya me pasó a regañar de manera muy sutil, y efectiva. Acepto el señalamiento, porque le sobra razón, pero le puedo decir lo mismo que expresó aquél que tiró la primera piedra cuando Jesús se interpuso entre la muchedumbre y la adúltera: “Pues no estoy libre de pecado, pero yo soy el marido, y la verdad me ganó el coraje”.

—Ahí tienes un rasgo que nos acerca a los otros animales que nos hacen compañía en este mundo, no obstante que nosotros tenemos el don del raciocinio, de la sapiencia. No controlar el carácter y las explosiones de la personalidad nos acerca a la irracionalidad.

—Esa diferencia nos hace mejores, maestro…

—Tengo serias dudas al respecto, pero acepto tu afirmación porque me da pie para hacer otra de la que sí estoy convencido. Hay un rasgo en nuestra humanidad que nos hace peores a los animales, sólo los seres humanos lo podemos sufrir, y es la soberbia. Nunca verás a un león, que es el rey de la selva, haciendo desplantes de vanidad ante cualquiera de sus súbditos de las otras especies. En cambio, cualquier hijo o hija de vecino se puede mostrar altivo, arrogante, altanero, si considera que por cualquier motivo se colocó, así sea momentáneamente, en una posición superior a la tuya. Nos hemos definido como el homo sapiens (el mono que sabe) aunque también podríamos considerarnos como el homo superbius (el mono que es soberbio).

Ya llegábamos a nuestro destino entre el tráfico espantoso, que había atemperado la reflexión profunda del maestro. Yo había conducido y me había conducido con una remarcada tranquilidad después de mi exabrupto, así que el estrés se había salido por la ventana de atrás apenas empecé a manejar con una actitud más aquiescente. Detuve el vehículo para dejar bajar al maestro, quien como despedida y agradecimiento por llevarlo, antes de bajarse me regaló una última reflexión:

—La soberbia nos hace humanos, pero al mismo tiempo nos hace peores. Y además es un sentimiento totalmente inútil, porque en el fondo no te hace sentir un ser superior ni logra que nadie te considere así. ¿Quieres ser querido, apreciado, tomado en cuenta? Pues el único camino que te puede llevar a coronar esa cumbre es la sencillez en el trato, la modestia en tu persona, la humildad en tu pensamiento.

Y ya en la calle, como colofón:

—Los soberbios, recuerda, son unos pendejos.

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