«Caracol -nos informa Wikipedia- es el nombre común de los moluscos gasterópodos provistos de una concha espiral. Hay caracoles marinos (a veces denominados caracolas), dulceacuícolas y terrestres».

Después da una detallada descripción tanto de su vida como de su muerte, lo que omite decir es que, los primeros, en realidad son continentes del mar, receptáculos de áureas proporciones que resguardan la vida de un molusco que los va nutriendo de la ancestral sapiencia submarina y, tras su muerte, les encomienda la misión de juglar por eso la concha, una vez desprovista de su inquilino, deviene instrumento musical que nos canta al oído los secretos de Poseidón y Lemanyá, de Ægir y Laksmí; los cantos de cantos de las sirenas que conoció un viajero atado al mástil de su nave.

En su último álbum, Sinfonia & Batuques, Naná Vasconcelos dejó una pieza que lo resume, Batuque Nas Aguas. Una canción grabada originalmente en la alberca de su casa y posteriormente trasportada a uno de los mares más alegres del mundo, en la que el agua es un instrumento de percusión que convoca a los alientos y a las voces para inventariar toda la música que vivió.

Batuque Nas Aguas es la concha espiral que contiene a todos los Nanás que fue Naná, ahí está el adolescente baterista, el joven percusionista de Milton Nascimento y del Gato Barbieri, el músico sensible y comprometido que trabajó durante cinco años en una clínica psiquiátrica infantil en Paris, tras los cuales reconoció: «Aprendí mucho más de ellos que ellos de mí. Tuve que desarrollar el trabajo con el cuerpo porque tenían dificultades de coordinación motora y debía pensar cómo ayudarles».

Está también el mago que, cuando se fue la luz durante un concierto, se dirigió al público para pedirle que le ayudara a hacer el sonido de la lluvia cuando cae sobre los árboles. Organizó a los espectadores por grupos y fue asignando un sonido a cada uno, cuando los hizo sonar a todos, cuentan que había que correr para no mojarse.

Batuque Nas Aguas contiene, en su totalidad, al músico asombroso que llenó de ritmos y sonoridades inéditas lo mismo a Milton Nascimiento, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa, María Bethânia, Joyce, Marisa Monte, que al Gato Barbieri, Egberto Gismonti, Pat Metheny, B. B. King, Jan Garbarek, Jean-Luc Ponty, Jack DeJohnette, Trilok Gurtu, Arto Lindsay y al paradigmático trío Codona

En su último poemario, Los conjurados (1985), Borges vuelve a la idea del epílogo de El hacedor (1960).

La suma

Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vástaga agarabía
de líneas es la imagen de su cara.

Acaso Batuque Nas Aguas sea la suma de Naná Vasconcelos, el mapa de un ser que vivió persiguiendo los secretos más íntimos del sonido para dejarlos cautivos en su propio laberinto.

Murió en marzo pasado
pero dejó su legado
resguardado
en su concha espiral.

No de tierra
no de lago
no de mar
Naná Vasconcelos
fue un caracol de jazz.

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN G+         CONTACTO EN TWITTER