La palabra progreso viene del latín progressus y significa ir hacia adelante. Fue a raíz de la Revolución Industrial y, más en concreto, a partir del siglo XX, cuando la tecnología y la industria tuvieron su boom, que se asoció la palabra progreso con crecimiento tecnológico, económico e industrial. La burguesía tomó la sartén por el mango y se relacionó la bonanza económica, el consumo, el crecimiento industrial y tecnológico, así como el Positivismo -al servicio de la industria y la tecnología-, con el concepto de progreso.

En ese entonces, las grandes potencias occidentales ya estaban definidas y funcionando bajo el esquema principal del capitalismo: producir y vender mucho al menor costo monetario posible.

Echar mano de la naturaleza para conseguir materia prima y establecer la competencia y la explotación de la mano de obra como instrumentos principales para producir bienes y servicios que permitieran generar capital, así como elaborar una perpetua cadena de consumo a nivel exponencial y global, se volvieron la meta.

Más aún, ya en el siglo XX, pasando la Segunda Guerra Mundial, se llegó al consenso de una “genial idea”: la obsolescencia programada. De esta manera se combinaron el crecimiento y expansión industrial con crear una falsa necesidad por mercancías que con el tiempo se van haciendo más sofisticadas, pero con menor tiempo de vida útil; es decir, perpetuando y condicionando el consumo.

Del mismo modo, el siglo XX vio prosperar los sindicatos como mediadores entre los intereses burgueses y los derechos de los trabajadores. Al principio se lograron muchos avances, tanto en la jornada laboral como en seguridad social y laboral, educación y, en algunos casos, servicios de salud.

Sin embargo, en lo que va del siglo XXI podemos darnos cuenta de que estos “logros” van en retroceso con la complicidad de los líderes sindicales quienes, corrompidos hasta la médula, se han servido de sus sindicatos como plataformas de enriquecimiento y negociación e intervención política, aunado a la tendencia mundial neoliberal que está modificando las leyes para favorecer a los grandes consorcios empresariales.

La gran paradoja es que este concepto que se tiene de progreso no es sustentable a nivel ecológico ni social. Unos cuantos van acumulando más y más riqueza a costa de las condiciones de vida de las personas y del planeta. Ha sido una carrera egoísta, hedonista y miope que nos va a llevar a la ruina a todos, incluyendo a las generaciones descendientes de estos ambiciosos acumuladores de riqueza.

Actualmente, son pocos los países que están haciendo realmente algo para revertir o frenar el cambio climático, el abuso en el consumo y la producción de basura, así como para comprender que el progreso positivista-industrial no es incluyente ni la única manera de lograr sociedades justas.

Durante décadas se ha hecho creer a la gente que el modelo urbano occidental es el tipo de vida ideal, pero no es así. Nivel de vida no tiene nada que ver con calidad de vida. Macroeconomía estable no tiene nada que ver con el bienestar de las personas. Un concepto no está peleado con el otro, a menos de que las condiciones de ejecución se vuelvan excluyentes e insostenibles.

Esto me lleva a pensar, por ejemplo, en el Movimiento Zapatista. Tardé muchos años en entender qué es lo que pedían y buscaban hasta hoy en día, que es mantener su modo de vida autónomo porque aunque no se ajusta al modelo urbano de progreso, es un modelo sustentable con la vida, la naturaleza y las personas. Esto no quiere decir tampoco que todos debamos adoptar el modelo zapatista de vida. Simplemente tiene que ver con las libertades básicas que deben existir en cualquier país que se diga democrático.

Un gobierno democrático no puede ser restrictivo ni impositivo; debe ser regulativo para poder actuar de manera incluyente y respetuosa de la diversidad que conforma a determinado país.

Es tan absurdo pretender que todas las personas adopten un modelo de vida rural, como urbano o industrial. Obligar a las comunidades a entrarle al consumo, a la industria –sobre todo la energética y la minera- sin tomar en cuenta sus necesidades e intereses, me parece tiránico.

La prueba es que en los últimos informes, tanto oficiales como académicos, acerca del impacto de los programas sociales, mitigación de la pobreza y crecimiento económico, las cifras no son alentadoras: desnutrición, desempleo y pobreza extrema siguen aumentando año con año, mientras los políticos se siguen sirviendo de los programas sociales para generar un electorado cada vez más dependiente de la “caridad” gubernamental.

Se ha pretendido imponer el consumo capitalista como modo de vida obligatorio, a cambio de dejar atrás una mínima calidad de vida, identidad cultural y de salarios insuficientes para cubrir las necesidades básicas, y esto ha producido mayor pobreza alimentaria, rezago económico y sin ningún impacto para mejorar las condiciones de vida.

La paradoja consiste en que el modelo capitalista necesita de esta imposición para crecer y subsistir, pero ninguna sociedad necesita del capitalismo y del consumo para cubrir sus necesidades básicas.

Sin embargo, existe un condicionamiento por parte de las políticas públicas y los medios de comunicación masiva para imponer el modelo capitalista, urbano y de progreso que permita perpetuar el ciclo capitalista. Pero para sobrevivir a corto, mediano y largo plazo, sólo necesitamos recordar lo que sabemos hacer desde siempre: vestir, comer, hacernos de un techo y tener hábitos más sanos, de manera autónoma y colaborativa; es decir, volver a actuar como sociedad y comunidad.

¿Qué papel juega el Estado en esto? Primero que nada en perfilar sus políticas para ser impositivas o bien, para ser incluyentes y coordinadoras de la diversidad de un país. Cualquier ciudadano de cualquier país debería poder elegir qué tipo de vida quiere llevar y tener acceso a los medios para lograrlo. Este es el principio básico de la libertad.

No se trata de que el Estado se lave las manos respecto de lo que pase con los ciudadanos, se trata de generar una serie de políticas incluyentes que trabajen en sinergia de manera coordinada para fortalecer la economía interna, las diversas formas de vida y la sustentabilidad de una nación.

Ya para terminar, las observaciones que hago acerca del modelo capitalista neoliberal son, asimismo, aplicables y comparables a lo que sucedió con el modelo comunista y lo que sucede con los regímenes socialistas actuales, cuyo modelo económico y de modos de producción son iguales al capitalista. Aún si cuentan con una distribución menos polarizada de la riqueza o los bienes, sigue siendo un modelo impositivo en la forma de vida y restrictiva a la libertad básica de cómo elige sobrevivir una comunidad, un país o un individuo.

Me parece que hemos llegado al momento de replantearnos un nuevo modelo económico y de vida que sea mucho más sustentable e incluyente, que no atente contra la libertad de las personas, donde al menos las necesidades básicas de todos queden cubiertas y sin acabar con la naturaleza, pues es a través de ella que lograremos asegurar nuestra subsistencia.

De ahí en fuera, cada quien puede aspirar a vivir como mejor le plazca, mientras no atente en contra el bienestar de otros. ¿Qué opinan?