Por Patricia Ivison

Las fiestas de Todos Santos y Día de Muertos son de mis favoritas del calendario. Pocas tradiciones tienen un significado tan profundo y un efecto tan benéfico, aún si no somos conscientes de ello. Sabemos que la manera en que los mexicanos celebramos a nuestros antepasados y a nuestros muertos más queridos o admirados es única en el mundo, gracias al sincretismo cultural derivado del cristianismo y los rituales prehispánicos (que lograron sobrevivir adaptándose a la religión y al día de Todos Santos). Una fiesta en donde el dolor y la pérdida se convierten en color, olor, sabor, alegría y música, en luz de velas y el misticismo del copal.

Es maravilloso ver cómo cementerios y casas se llenan de flores de cempasúchil, de calaveras comestibles o de ornato, de papel picado, guisos, tamales, incienso, pan. Ya sea que las personas de la casa se junten a preparar los manjares más deliciosos o los compren para agasajar a los y las homenajeados, lo importante es hacerles saber que no se les olvida y que seremos su casa y su familia por siempre.

Pero, más allá de lo pintoresco, interesante o bonito de la celebración, en realidad es un rito de suma importancia para los sistemas familiares…y también sociales. Bert Hellinger, psicólogo alemán creador de las constelaciones familiares, descubrió lo fundamental de reconocer a cada miembro dentro del sistema, así como honrar el lugar y memoria que tiene dentro de éste. Lo más importante de todo, es siempre hacerlo con el corazón y la humildad de quienes descendemos de ese sistema o hemos sido afectados por alguno de sus miembros. Reconocer con el corazón y verbalizarlo ayuda a sanar los lazos de amor en un sistema familiar e, incluso social. Cada miembro debe ser reconocido en el lugar que le corresponde (ni más, ni menos), honrado y así uno puede seguir con su camino con toda la fuerza vital de un sistema donde la vida y el amor fluyen a través de la gratitud y el perdón.

En estos días no he podido dejar de pensar en todos los muertos de mi país, producto de una guerra sucia entre narcotraficantes, funcionarios ambiciosos o ciegos e, incluso, entre empresarios corruptos. No puedo dejar de pensar en las vidas arrancadas por secuestradores. No puedo dejar de pensar en el número creciente de mujeres que mueren cada día por el simple hecho de ser lo que son. No puedo dejar de pensar en los niños que mueren a causa de los problemas de los adultos. No puedo dejar de pensar en los periodistas que han sido asesinados para obligar su silencio. Y no puedo dejar de pensar en cómo tanto políticos, como medios y una buena parte de la sociedad se empeña en negarlos, en no verlos, en no reconocerlos y mucho menos honrarlos.

Una vida vale lo mismo que otra, nos guste o no. Los muertos también pertenecen a un sistema familiar y social afectado, que seguirán empeorando si no somos capaces de honrar su memoria. Es necesario reconocerlos dentro de la familia, pero también dentro de la sociedad. Al negarlos o deshonrarlos seguimos perpetuando ciclos de víctimas y victimarios. Seguimos perpetuando los males que queremos esconder o pretender que no existen.

Pero no hay peor mal que aquel que actúa sin ser visto. Los muertos necesitan ser reconocidos y honrados con dignidad; necesitan ser visibilizados y nosotros necesitamos aprender que cada vez que negamos su existencia o pertenencia, truncamos la oportunidad de comenzar a sanar nuestros propios sistemas. Si banalizamos la muerte o la vemos como un medio para obtener algo, tergiversamos el sentido de la vida y el de su fin. Creo que gran parte de los problemas que padecemos se deben justamente al poco respeto que muchos tienen por la vida y por la muerte.

Por esto, en estas fechas y cada que hace falta, me inclino y reconozco el valor y legado de cada persona de mi familia; de cada amigo que se fue o cada persona cuya vida fue inspiradora. Pero también me inclino para honrar a todos los muertos a los que se les niega, a los que se deshonra y a los que se les llama “un cáncer social”; porque merecen el lugar que tienen en cada sistema familiar y social y porque ellos, como nosotros, han sido producto también de su propio sistema. Honrar a los muertos es honrar y procurar el bien a los vivos.

Recomiendo mucho una película japonesa, cuyo título en español es Violines en el Cielo, donde el protagonista tiene que confrontar sus miedos y prejuicios hacia la muerte para encontrar el valor de la vida y su propia paz.