“Si la pobreza es la madre de los crímenes, la falta de espíritu es su padre”. —Jean de la Bruyere

Hay un tema que desde hace rato me disgusta o, al menos, me incomoda. Se trata de la ética selectiva, las campañas a favor de una causa que tienen más que ver con modas o tendencias, antes que con una verdadera empatía o preocupación genuina por el bienestar.

Lo digo porque últimamente son más las publicaciones que veo en Facebook a favor de los derechos de los animales, que la preocupación por lo que pasa a tantos niños y personas en estado de vulnerabilidad o de víctima y que son muchos más que los animalitos a los que les buscamos refugio, casa o una vida digna. Por favor no me malinterpreten, estoy a favor de esterilizar a los animales domésticos y callejeros, de adoptar antes que comprar y que las tiendas les den un buen trato y cuidados. Lo que me parece inadmisible –y perdón que lo exprese así- son comentarios como que los animales valen más que las personas o que las pobres criaturas de la naturaleza se encuentran en estado de indefensión ante el ser humano y su sed de disponer a diestra y siniestra de todo, pero que las personas no. Simplemente mire el número de “likes” a las publicaciones relacionadas con el bienestar animal y compárelas con la difusión que se le da a quienes procuran el bienestar social, en los diversos aspectos que comprende.

Otra muestra del esnobismo altruista y de la manipulación son el Teletón, el “redondeo” y el montón de reality shows a favor de “causas nobles”. El historiador chileno Christian Antonie, autor del libro Patrocinio y donaciones con fines culturales (2003), nos dice que en México no existen límites para las deducciones de las donaciones del ingreso imponible, esto significa que una persona o una empresa puede entregar a una institución filantrópica todo el ingreso tributable y deducirlo completamente, sin tener que pagar impuesto alguno después de la donación.

Entiendo que no es cualquier cosa dar techo a un desconocido, ni tampoco lo es llevarlo a casa para que se tome un buen baño y tome una rica comida. Pero ¿por qué hacer tanto aspaviento de los pobres animales o de un evento caritativo donde la empresa deducirá para sí lo donado por otros, si no somos capaces de ver por nuestra propia gente o la de nuestro entorno inmediato? Gente que también es víctima del mismo ser humano al que le encanta victimizar y luego juzgar o redimir y quien en ninguna circunstancia ha podido elegir o decidir sobre su destino. Gente que ha dejado de preocuparse por su futuro porque difícilmente tendrá la oportunidad de aspirar o contemplar la posibilidad de resolver una situación de muchísimos años y varias generaciones involucradas. ¿Acaso nos importa?

O por ejemplo, ¿quién sabe que el número de niños y niñas víctimas de trata en México aumentó 56.8% desde 2011, según datos oficiales que el Instituto Nacional de Migración, la Fiscalía Especializada para la Violencia contra la Mujer y el Tráfico de Personas, la Subprocuraduría especializada en investigación de delincuencia organizada y la Unidad Especializada en Investigación de tráfico de menores, personas y órganos entregaron a la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) para la elaboración de un reporte que se dio a conocer el año pasado?

También, solo hasta el 2013 y de acuerdo con datos proporcionados por Aldeas Infantiles SOS, en nuestro país habría más de un millón 800 mil niños, niñas y jóvenes sin madre, padre o sin ambos progenitores. Cabe señalar que el último Censo de Población y Vivienda 2010 del INEGI registra sólo 19 mil 174 menores de edad huérfanos internados en casas hogar.  De acuerdo con cifras del INEGI, oficialmente hay registrados 682 orfanatos, casas hogar para menores o casas cuna. Asimismo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) emitió un cálculo en 2013 de la existencia de aproximadamente 150 millones de niños de la calle en el mundo.

Yo sé que ponerse a leer sobre cifras y datos oficiales puede resultar hasta tedioso para muchos; sin embargo, mi punto es: ¿por qué tanta gente prefiere salvaguardar la vida de un animal, antes que la de una persona? ¿Se siente acaso más ética al salvar animales o promover su bienestar, pero no procura el bien al prójimo?

Tengo claro que quienes discretamente ayudan a otras personas, sin buscar un beneficio fiscal, político-electoral o un repunte en su carrera, son las que más pasan desapercibidas, incluso pueden pasar años sin que se sepa de lo que hacen por los demás. Tal es el caso de Las Patronas (ahora famosas, después de reportajes, documentales y 20 años de ayudar desinteresadamente), el fundador de las ópticas Devlyn o la fundación que crearon los ahora fallecidos de Cremería Americana (ADA), solo por poner unos ejemplos.

También comparto la idea de que es necesario que haya gente que vele por el bien de la vida digna, tanto animal como humana. Pero en verdad me asusta encontrarme con notas y comentarios que piden la muerte o la tortura para aquellos que maltratan animales, que dicen preferir la compañía animal a la de otras personas (ante su incapacidad para relacionarse de manera sana con otros seres humanos). ¿Dónde está su respeto hacia la vida, entonces?

Ojalá supiéramos ser menos hipócritas y más solidarios. ¿Ya le preguntó a la señora del aseo o al velador de su colonia si les hace falta algo? ¿Ya pensó en alguna forma de transformar su entorno inmediato para favorecer la seguridad y la vida digna de personas y animales? ¿Le pagó el día a su empleado (a), quien no tiene seguro social, cuando tuvo que faltar porque se enfermó? Creo que a todos nos toca velar y comenzar por lo más sencillo, si es que realmente queremos un mundo mejor, que incluya nuestra especie como parte de ese reino animal. Por cierto: no ponerse el saco si no le queda… A veces, sin embargo, lo que nos choca nos checa.