Hoja de Ruta

Por Pedro Manterola

En teoría, los ciudadanos son origen y destino de las tareas de gobierno, sea como habitantes, como votantes o participantes. En el mejoramiento de sus condiciones de vida se basa elementalmente todo discurso y propuesta política, de la tendencia e ideología que sea. Las fórmulas y mecanismos para lograrlo tienen como eje rector la participación ciudadana, sus necesidades e intereses. En tiempos electorales, las campañas sirven para dar a conocer las trayectorias personales, el conocimiento del entorno y las propuestas para su desarrollo. Las motivaciones que mueven a cualquier candidato o funcionario público van desde la idealista vocación de servicio a la mera satisfacción del ego y las ansias por encajarle la dentadura al presupuesto. Ahora es cuando deberíamos indagar y analizar las figuras y biografías de cada candidato, confrontar sus palabras con los hechos, y verificar sus buenas intenciones con sus antecedentes en puestos análogos y similares. De la congruencia entre sus actos y ofrecimientos podremos tener una idea de lo que cabe esperar de su ejercicio en responsabilidades públicas.

Alrededor de partidos y candidatos se tejen ficciones para convencernos de sus interminables cualidades, justificar sus fracasos y desplantes, subrayar sus talentos infinitos y destacar una nobleza que ayer era imperceptible. Si era destacado empresario, administrador o comerciante, se jura y perjura que su riqueza hará innecesario que le meta mano al presupuesto. Pero ha quedado comprobado que hay afanosos ganadores que asumen el cargo como si les fuera endosado todo recurso humano, material y económico para usarlo a su capricho, con las evidentes consecuencias. No roban porque tienen, roban porque necesitan tener más. Si en su empresa son voraces y farsantes, no cabe esperar cosa distinta en gubernaturas, gabinetes y cabildos. Si el aspirante carece de práctica en el servicio público, se aducirá su inexperiencia como inconveniente en su futuro desempeño, como si la casta divina tuviera la franquicia de gobernar a sociedad y ciudadanos. Si se trata de un pretendiente con iniciativa, capacidad y talento, propios y extraños se ocuparán de poner y disponer de piedras, piedritas y aerolitos en el camino de sus aspiraciones. Si el aspirante sirvió de coladera, secuaz y tapadera, tiene asegurado un futuro promisorio. Cada cabeza es un mundo, y hay mundos diminutos.

Parece necesario observar, debatir y decidir. Recurrir a los medios de comunicación para conocer rutas y desempeños de funcionarios y candidatos es un riesgo calculado que exige tomar en cuenta las aspiraciones, simpatías, tirrias e intereses particulares de directores, gerentes y poseedores de medios informativos. Así podemos distinguir quién habla bien o mal de quién, por qué y por cuánto. El intercambio de puntos de vista en tertulias y cafés tiene también sus asegunes. En esos ámbitos es común descubrir que las sospechas son testimonios, las conjeturas son certezas y las suposiciones se vuelvan evidencias. Y cuando las figuraciones se convierten en argumentos, germinan las verdades imaginarias.

Una exigencia que sobrevive a los vaivenes de la plaza pública es la necesidad de oxigenar partidos y ventilar gobiernos. Las campañas son una oportunidad inmejorable para discutir de manera seria y civilizada lo que cada quién busca, quiere, pretende y propone. El ciudadano requiere de voces de ida y vuelta, de muestras de ética y vergüenza, de civismo y urbanidad política. Eso nos permite vislumbrar el futuro, y decidir lo que haremos para modificarlo o dejarlo como está. Pero el ejercicio del diálogo no está exento del cinismo y la desvergüenza de sus eventuales participantes, y las negativas al debate público son prueba del desasosiego por dar la cara a sectores y ciudadanos.

Todos hablan de ética, responsabilidad y compromiso. Todos dicen ser mejor que el adversario, todos presumen de ser moral o políticamente superiores. Para saberlo, vamos a tomarles la palabra. Vamos a hablar de su pasado para adivinarles el futuro. Vamos a ver quién es capaz de reconocer defectos y enmendar errores. Vamos a votar por el que esté libre de delitos, aunque no viva libre de pecado. Inmoral es el bandido, el rapaz, el embustero. Que cada quién compruebe su vocación y capacidad de servir y responder a la confianza de electores y ciudadanos. Que se hagan responsables de sus actos, que nos digan quienes son y han sido sus aliados, para saber quién tiene cómplices. Que respondan lo que de ellos se dice en los medios, y que los medios acrediten quién señala a quién, de qué, dónde, cuándo y por qué. Así sabremos con mediana certidumbre de parte de quién se propagan mentiras y verdades.

Que el beneficio colectivo sobreviva al interés particular, que la ciudadanía esté por encima de mafias, ambiciones y comparsas. Que se destruya lo que tiene sexenios descompuesto, que se tire lo que nace oliendo a podredumbre. Que se siembren otras voces, otras formas, otros modos. Que nuestro futuro no llegue atado al pasado más infame. Que se quede lo útil, lo bueno, lo provechoso. Además de los dedos flamígeros sobre demonios favoritos y gobiernos putrefactos, que se levanten ideas y propuestas de cambio y evolución. Que la política deje de ser práctica cosmética para maquillar desertores y embellecer atracadores. Que no se imite al intrigante, que se deje de aplaudir al insidioso, que no venda verdades el farsante. Que la doble moral no nos desmoralice. Que sepamos tener confianza en otros y en nosotros. Así seremos causa y origen de buenas noticas, sabremos convertir en tesón el pesimismo, hacer de la terquedad una virtud y del consenso una fortaleza, vinculados por la voluntad de acabar con la pobreza en el país y erradicar la miseria en la política, unidos por la exigencia de una justicia tangible, reunidos en el combate al desempleo, convocados a tener un campo fértil y equitativo, cercanos en la exigencia de salud oportuna y educación de calidad. Ajenos al racismo y a la intolerancia. Convencidos de ser ciudadanos solidarios y corresponsables, para que las familias recuperen un porvenir confiable, incluyente, abierto, competente, generoso.

¿Quién sabe, quién puede, quién quiere hacer del mañana un espacio así? Quien se reconozca en estas características. No quien hable de ellas, no quien las difunda, presuma o propague. Quien las viva, las subscriba y las ejerza. Entonces nos habremos anticipado al pasado, dejarán de pisotear el presente, y habrá futuro después del 7 de junio.