Como todos sabemos, el 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. ¿De dónde salió esta fecha y qué significa?

Según distintas fuentes, el Día Internacional de la Mujer tiene su origen en el gran movimiento internacional de mujeres socialistas, a finales del siglo XIX, para promover el voto de las mujeres, sin restricción alguna o posición social. Aunque se tienen documentadas diversas fechas de las primeras celebraciones, dependiendo de cada país, la primera celebración, como tal, fue el 19 de marzo de 1911, en Alemania, Austria, Dinamarca y Suecia, cuando más de un millón de mujeres se manifestaron para solicitar el derecho al voto, a ocupar cargos públicos, a trabajar, a la enseñanza vocacional y acceso a los estudios profesionales, así como el cese de la discriminación en el trabajo. No fue sino hasta 1914 que, a petición de las feministas alemanas, se celebró por primera vez el 8 de marzo en Alemania, Suecia y Rusia. Después, en 1917, el día 8 de marzo, las mujeres rusas se amotinaron dada la falta de alimentos y estos acontecimientos fueron el gran detonante de la revolución que duraría hasta octubre de ese año y dieron origen a la celebración del Día Internacional de la Mujer en esa fecha. Cuando la ONU reconoció esta fecha en 1975, nunca admitió su origen socialista.

Pero, ¿festejar o no festejar?

La fecha del 8 de marzo se ha constituido como recordatorio y manifestación de una lucha constante por los derechos de las mujeres. En la actualidad, también se ha convertido en un símbolo para exigir el cese a los feminicidios, a la trata de personas, a la violencia de género y para que se les permita a las mujeres ocupar cargos públicos, educarse y percibir los mismos salarios que los hombres (no han cambiado mucho las exigencias cien años después, ¿verdad?). Es una fecha en la que se recuerda también lo mucho que aún hace falta por avanzar en cuanto a derechos reproductivos, sexuales, de salud, laborales, legales y sociales.

Ahora voy a llegar al punto donde mis amigas feministas van a decir: “¡Ejem!”

Desde mi punto de vista, es correcto hacer énfasis en todo lo que nos hace falta para lograr sociedades equitativas y respetuosas con las mujeres y con todos sus individuos. Sin embargo, tampoco hay que perder de vista los logros que sí se han alcanzado y que, aunque lento y a regañadientes, poco a poco se van insertando en nuestra cultura. Ahora, las mujeres, no solo podemos votar y trabajar; los partidos están obligados a cubrir cuotas de género (aunque mañosamente), los salarios de puestos directivos y otros casi siempre ya están fijados en tabuladores, al menos en el sector público, existe la licencia por maternidad (aunque el periodo que marca la ley en México me parece brutal e insuficiente), el derecho a la pensión alimenticia, el acceso a los anticonceptivos, la tipificación del delito de feminicidio, el acceso a la educación de forma gratuita para todos, el derecho a guarderías, entre otros.

Algo que también debemos reconocer y celebrar, es el creciente número de hombres que se han sumado a esta lucha por la igualdad y que al renunciar a la violencia, también han comenzado un proceso de reconciliación con las mujeres, pero también con ellos mismos. Al menos en algunos sectores, ya es más común ver padres atienden a sus hijos, que los llevan a la escuela, que juegan y conviven con ellos. Cada vez hay más hombres que ayudan en las labores domésticas y que han tenido que aceptar el reparto de las tareas. También celebro que cada día más mujeres logren emanciparse y vencer todo un sistema socio-cultural (y a veces hasta legal) que les llena de miedo, para comenzar a ser dueñas de su vida, de su tiempo, de sus decisiones, de su cuerpo y del dinero que ganan con su trabajo. Son mujeres que también van aprendiendo a ser más responsables y consecuentes con sus actos.

La balanza aún no está equilibrada. Tenemos mucho qué hacer, como sociedad, por los derechos de las mujeres…de los niños, de los ancianos, de los trabajadores, de todos. Y recordar que es gracias a dos (una mujer y un hombre) por los que estamos aquí, que sin uno u otro, no sería posible existir y, aunque suene obvio, se nos olvida cuando nos echamos el chistorete sobre qué género es mejor, cuando descalificamos y cuando replicamos conductas violentas o agresivas contra el sexo opuesto o a nuestros (as) congéneres.

Así que felicita a aquellos y a aquellas que en su vida cotidiana velan por los derechos de uno de los sectores más vulnerados de la población y reflexiona también sobre de qué forma contribuimos a la violencia de género y cómo podemos erradicarla.

Por mi parte, agradezco a todas aquellas mujeres y hombres que luchan y sueñan con un país y un mundo más equitativo, respetuoso e incluyente.